Vanesa estaba sentada sobre el escritorio de Oliver, inclinada hacia él con descaro.
El rostro de Oliver se encontraba peligrosamente cerca del pecho de Vanesa…
La cercanía entre ambos era tan evidente que cualquiera habría entendido lo que pasaba sin necesidad de palabras.
—Ay, caray…
Vanesa, al notar que alguien entraba, se sorprendió tanto que terminó cayendo directo en los brazos de Oliver.
Él arrugó la frente de inmediato, y con tono cortante le soltó a Daisy:
—¿No sabes tocar la puerta?
Daisy estuvo a punto de responderle que sí había tocado.
Pero en ese momento, cualquier excusa habría sido inútil.
—¡No tienes ni una pizca de educación! ¿Así es como trabajas tú?
El hombre la miraba con una expresión dura, la voz tan áspera que parecía haber olvidado por completo que él mismo le había dado ese privilegio de entrar así.
—Perdón, no volverá a pasar —se disculpó Daisy sin titubear.
Porque, en el fondo, sabía que no habría una próxima vez.
Por fin, Vanesa levantó la cabeza del pecho de Oliver. Tenía las mejillas encendidas, tan vivas que parecía que alguien acababa de llenarla de caricias.
—Oli, no seas tan rudo, Ayala no lo hizo a propósito —dijo con una voz dulce y coqueta, casi como si cantara.
Luego, sin perder la sonrisa, volteó hacia Daisy:
—Ayala, ¿trajiste los documentos del proyecto? ¿Me haces el favor de dejarlos en la mesa? Ahora no puedo recibirlos.
Daisy, fingiendo no ver nada, dejó la carpeta sobre el escritorio y añadió:
—Aquí adentro hay unos papeles que necesitan la firma del presidente Aguilar.
—Perfecto, deja eso ahí y puedes salir —le ordenó Vanesa, como si fuera la dueña del lugar.
Oliver no tardó en agregar:
—No entres a menos que sea algo urgente. Que quede claro para todos.
A Daisy le temblaron los dedos, y los apretó con fuerza para que no notaran su nerviosismo.
—No volverá a pasar —respondió firme, como promesa.
Y salió de la oficina, sin entender bien cómo logró cruzar esa puerta que la asfixiaba.
Lo único que recordaba era que, al irse, Vanesa seguía sentada en las piernas de Oliver, tan tranquila como si nada.
A Oliver no se le veía ni la más mínima intención de apartarla.
Parecía molesto, sí, pero Daisy comprendió que su enojo era porque ella había interrumpido su momento.
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