A pesar de que Daisy había intentado prepararse mentalmente una y otra vez, al llegar el momento de enfrentar la situación, los nervios la traicionaron por completo.
Parada frente a la puerta, no dejaba de ajustar su respiración, frotándose las manos que no dejaban de temblar.
Temía que, en cuanto intentara hablar, se le quebrara la voz y ni siquiera lograra pronunciar el discurso de propuesta de matrimonio que tanto había practicado.
Adentro, la fiesta seguía a todo lo que daba. El bullicio de las conversaciones se colaba por la puerta.
—Oli, ¿todavía tienes contacto con Vanesa Espinosa?
—¿Vanesa? ¿No que Vanesa era tu gran amor, Oli? ¿Por qué la mencionan de repente?
—Escuché que Vanesa va a regresar al país.
—Entonces, ¿Oli podrá volver con su gran amor?
Las manos de Daisy, que antes temblaban por la emoción, de pronto se quedaron quietas.
—La verdad, el papá de Vanesa ha tenido años muy buenos en la política. Si Oli se casa con ella, tanto para él como para el Grupo Prestige sería un empujón fuerte. Parecen hechos el uno para el otro, la neta.
—¡Y además dicen que es su verdadero amor! Imagínate, éxito en el amor y en los negocios.
Quien decía eso era Luis, el amigo de toda la vida de Oliver. Siempre presumía que se habían criado juntos, que hasta de chicos compartían pantalones, así que, según él, todo lo que decía iba a misa.
¿Oliver... tenía un verdadero amor?
Daisy sintió un pinchazo en el pecho, tan inesperado que la hizo tambalearse.
—¿Y qué va a pasar con Daisy? —preguntó alguien con curiosidad—. Ella ha estado con Oli por años, aunque sea por aguantar tanto, algo le debe, ¿no?
Luis ni se inmutó.
—Pues que le den un dinerito y asunto arreglado.
—Y si de plano la quiere mucho, pues después de casarse ahí la puede tener.
Total, que todos en su círculo hacían lo mismo, siempre un matrimonio de fachada en casa y mil aventuras afuera.
Detrás de la puerta, Daisy apretó tanto los dedos que ya ni sentía dolor.
Necesitaba escuchar la respuesta de Oliver. ¡Ya! ¡En ese instante!
Deseaba que él los callara a todos, que dijera con firmeza que él amaba a Daisy, que con quien quería casarse era ella.
Pero, por más que esperó, lo único que escuchó fue la voz tranquila de Oliver:
—¿Desde cuándo se volvieron tan chismosos?
No hubo ni un “no es cierto”, ni una defensa. Nada. Sonaba, más bien, como si lo aceptara sin bronca.
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