La voz de Oliver sonaba un poco baja, bastante suave.
—Está lloviendo afuera, la temperatura va a bajar. Te acompaño para que busques un abrigo.
—Está bien —respondió Vanesa, asintiendo hacia Daisy antes de irse junto a Oliver.
Daisy se quedó sorprendida. No sabía que Oliver podía ser considerado con alguien.
Quizá porque nunca había visto ese lado de él, Daisy permaneció unos segundos quieta, sin saber cómo reaccionar.
En el comedor, tal como Vanesa había dicho, ya casi no quedaba nada para comer.
Daisy tomó dos panes al azar, resignándose a que esa sería su comida. Apenas iba a sentarse cuando el celular sonó: era Oliver.
Respondió la llamada.
La voz de Oliver sonó seca, nada que ver con el tono suave de hace un momento.
—Sal.
—¿Ahorita? —Daisy miró el pan en sus manos, dudando un poco.
—¿Qué, piensas hacernos esperar?
Daisy guardó silencio un instante y luego respondió:
—Ya voy.
Guardó los panes en su bolso y salió apresurada hacia la puerta principal. Cuando llegó, Oliver y Vanesa ya estaban arriba del carro.
Ambos iban en el asiento trasero, dejándole a Daisy solo el asiento del copiloto.
Daisy bajó la mirada, ocultando lo que sentía, y se subió sin decir nada.
Apenas cerró la puerta, Oliver le indicó al chofer que arrancara, como si ya se hubiera cansado de esperar.
El pan en su bolso aún conservaba algo de calor, pero Daisy no tuvo oportunidad de probarlo.
Oliver odiaba que alguien comiera en el carro.
Después de siete años como su secretaria, Daisy conocía perfectamente sus manías.
A lo largo de estos años, Daisy se había acostumbrado a respetar sus preferencias, como si ya lo hiciera en automático.
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