Oliver respondió con un breve asentimiento.
—Mis amigos siempre dicen que tengo buen carácter, pero en realidad se lo debo a mis papás, que me dieron un hogar feliz y sano. Por eso crecí sin traumas ni rollos raros. No es como la gente que viene de familias rotas, con ellos es complicado tratar; suelen ser inseguros y muy susceptibles.
Al llegar a ese punto, Vanesa hizo una pausa intencional antes de seguir hablando.
—Por ejemplo, Ayala no tuvo mucha suerte con su familia, ¿verdad? Pobrecita.
—¿Y eso a qué viene? ¿Por qué tienes que mencionarla? —El tono de Oliver sonó bastante impaciente.
Vanesa solo se limitó a sonreír, como si no rompiera ni un plato.
—Me ganó la compasión, nada más.
...
Como Cintia seguía internada, Daisy tenía que quedarse a cuidarla.
El problema fue que llegó al hospital con prisa y sin preparar nada, así que debía regresar a casa por algunas cosas imprescindibles.
Antes de irse, Daisy le avisó rápido a la enfermera y luego salió prácticamente corriendo hacia los elevadores. No podía ausentarse mucho tiempo, así que cada minuto contaba.
Por suerte, justo en ese momento el elevador estaba en su piso, aunque a punto de cerrarse.
—¡Esperen! —gritó Daisy, acelerando el paso.
Alcanzó a presionar el botón y, en el último segundo, logró que las puertas se abrieran de nuevo.
Se sintió aliviada por su buena suerte, pero esa sensación desapareció al ver quiénes estaban dentro.
Vanesa la miró sorprendida.
—Ayala, ¿tú aquí? Pensé que ya te habías regresado a la oficina.
Oliver, como siempre, mantenía esa expresión distante, como si Daisy no existiera. Sus ojos la atravesaban con la misma indiferencia que a cualquier extraño.
Daisy, por simple cortesía, respondió sin ganas.
—Un familiar está enfermo.
Vanesa asintió con un simple "oh".
—Mira qué coincidencia, mi mamá también está hospitalizada.
Daisy no tenía ánimo ni tiempo para platicar con Vanesa. Solo quería volver a casa, recoger sus cosas y regresar antes de que cambiara el turno de las enfermeras.
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