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Siete Años para Olvidar romance Capítulo 41

—Llévanos al restaurante.

Oliver usó un tono que no admitía réplica, como si siguiera creyendo que podía ordenarle lo que fuera.

Así, igual que antes: la llamaba y la desechaba cuando quería.

Pero Daisy ya no era la de antes.

Se acabó eso de andar detrás de él, buscándole la aprobación.

Sin perder la calma, Daisy le respondió con firmeza y respeto:

—La Bodega del Arroyo está bastante cerca, presidente Aguilar. Pueden pedir un taxi sin problema.

Oliver frunció el entrecejo, la impaciencia asomando en su mirada. Le soltó un recordatorio tajante:

—No olvides que el carro que manejas es de la empresa. Decido yo para qué se usa.

De pronto, Daisy sintió el pecho apretado.

Tenía razón.

El carro era de Grupo Prestige.

Grupo Prestige era de Oliver.

Nada de eso le pertenecía, aunque hubiera entregado siete años de su vida a la empresa, y a él.

Con un esfuerzo, Daisy contuvo el nudo en la garganta y le extendió las llaves:

—Aquí tienes.

Ya no quería el trabajo, ni a él, ni el carro, ni nada.

Cada cosa que Oliver le había dado, ahora se la quitaba, una por una.

Pero lo que más sorprendió a Oliver fue la tranquilidad de Daisy. Su expresión era tan neutra, tan serena, que lo dejó desconcertado por un segundo.

Estos días, Daisy se le hacía irreconocible.

No sabía decir qué había cambiado, solo que algo esencial en ella ya no estaba.

Ese presentimiento lo puso inquieto, como si estuviera perdiendo algo valioso sin darse cuenta.

Daisy alzó la cabeza para mirarlo. Sus ojos, aún enrojecidos por el llanto, se habían vuelto tan impasibles como una laguna en calma.

—Presidente Aguilar —pronunció despacio, marcando cada palabra—, si hay algo más tuyo que quieras recuperar, dímelo de una vez.

Oliver levantó la vista, sus facciones endurecidas, pero en el fondo de sus ojos solo había frialdad.

—¿Y ahora con qué berrinche sales?

Afuera, la lluvia arreciaba, pegando contra las ventanas con una corriente helada. Pero nada de eso se comparaba al vacío que Daisy sentía.

Con el abrigo de Oliver, Vanesa se acomodó en el asiento del carro. Aunque se mojó un poco, no fue gran cosa.

—Hoy sí cayó buena lluvia —Vanesa se frotó los brazos, intentando entrar en calor.

Oliver puso la calefacción para que se sintiera cómoda.

Ya más tranquila, Vanesa empezó a platicar:

—Hoy noté a Ayala un poco rara. ¿De verdad vino al hospital por un familiar enfermo? Qué coincidencia, ¿no? Y justo en oncología…

Vanesa lo decía con doble intención, tanteando la reacción de Oliver sobre Daisy.

Después de todo, Daisy llevaba siete años junto a Oliver, aunque él nunca la había presentado públicamente.

Eso le daba vueltas a Vanesa, aunque fingía no darle importancia.

Sabía perfectamente que un adulto como Oliver no podía estar sin compañía femenina.

Podía aceptar que entre él y Daisy existiera algo más allá del trabajo.

Pero solo mientras ella, Vanesa, no estuviera presente.

La respuesta de Oliver fue controlada, casi distante:

—¿Ah, sí? Ni cuenta me di.

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