Daisy no entendía para qué demonios había venido Oliver.
La verdad, tampoco le interesaba.
Después de lanzarle apenas una mirada, escondió cualquier emoción y se fue directo hacia la entrada, sin detenerse.
Pero Oliver estaba justo en la puerta del edificio. Para llegar a su departamento, tenía que pasar a su lado sí o sí.
En ese momento, Daisy solo deseaba que él fingiera no haberla visto. Ojalá se hiciera el ciego.
Pero no, él no iba a dejarla pasar tan fácil.
Apenas estuvo cerca, Oliver habló. Su voz sonaba tan cortante como la noche misma.
—¿Por qué llegas tan tarde?
El tono era inquisitivo, como si tuviera algún derecho a reclamarle.
A Daisy le pareció absurdo.
¿Con qué cara venía a preguntarle eso?
Como ella no contestó, Oliver le agarró el brazo.
Al hacerlo, sin querer tocó la herida que Daisy tenía en el codo. Ella no pudo aguantar el dolor y soltó un quejido.
—¡Ah!
Al parecer, él se dio cuenta de repente de lo que había pasado y, preocupado, la soltó. Su ceño se frunció aún más.
—¿Dónde te lastimaste?
—¿Está grave?
Parecía genuinamente preocupado.
Solo que esa preocupación llegaba demasiado tarde. Y, la verdad, se sentía completamente falsa.
Daisy ya no quería nada de eso. Así que no le movió ni un pelo la actitud de Oliver.
—¿Qué quieres? Si tienes algo que decir, dilo de una vez.
Su tono seco hizo que Oliver torciera la boca y arrugara la frente. Solo entonces pareció caer en la cuenta de lo rara que andaba ella últimamente. Quizá —pensó él— estaba molesta con él.
Por una vez, Oliver bajó la cabeza.
—Sobre el nombramiento de Vanesa como directora del Departamento 3… debí avisarte antes. Pero estaba ocupado, se me juntó todo y no tuve tiempo.
El pretexto del trabajo. Siempre tan útil.
Sirve para cualquier ocasión, en cualquier relación.
Menos en una relación de verdad.
—Ya es tarde. Descansa, mañana tenemos la asamblea de votación. Llega temprano, hay que preparar todo.
—Estos días que no estuviste, la asistente dejó todo hecho un caos. Se atrasaron muchos pendientes.
Daisy pensó: Si no fuera porque me tienes aquí atorada, ya estaría en mi casa descansando.
Por la actitud de Oliver, parecía que quería acompañarla hasta arriba.
Daisy estaba a punto de rechazarlo, pero en ese instante el celular de Oliver sonó.
Esta vez, Daisy ni siquiera se molestó en ver la pantalla. Ya no sentía ni pizca de curiosidad por él.
Oliver, como si supiera de quién era la llamada, no contestó delante de Daisy. Solo le dijo:
—Anda, sube.
Daisy se dio la vuelta y se fue.
Apenas llegó al área del elevador, escuchó la voz de Oliver contestando el teléfono afuera.
—Vane, ¿qué pasa?
—Tch—
La puerta del elevador se abrió. Daisy entró sin dudar, apretó el botón de cerrar y deseó con todo su ser dejar todo lo que estaba afuera encerrado en la oscuridad.

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