En ese instante, Daisy sintió a Oliver como un completo desconocido.
Y pensar que entre ellos ya había pasado de todo, incluso lo más íntimo.
...
Miguel le sirvió un vaso de agua a Daisy y, preocupado, le preguntó:
—Daisy, ¿te encuentras bien?
—No te preocupes, todavía aguanto —dijo Daisy después de beber, sintiendo que el malestar cedía un poco—. ¿Cómo está todo afuera?
—Todo está bajo control —Miguel soltó un suspiro resignado—. Mejor preocúpate por ti, mírate, hasta te ves pálida.
—Tú ve a seguir con lo tuyo, yo me quedo aquí un rato —Daisy temía que hiciera falta alguien afuera, así que prefirió que Miguel regresara.
—De acuerdo, cualquier cosa, me llamas.
Apenas Miguel salió, Daisy estaba por recargarse contra la pared para descansar cuando su celular empezó a sonar.
Era una llamada de Oliver.
Daisy contestó, con una voz cargada de agotamiento:
—Presidente Aguilar.
—¿Dónde estás?
Hasta por teléfono, Daisy sintió ese tono cortante que la atravesaba.
—En el baño.
—Ven de inmediato.
Daisy quiso preguntar qué pasaba, pero Oliver ya había colgado.
Como si decirle una palabra de más fuera perder el tiempo con ella.
Daisy tuvo que forzarse a salir, aunque no tuviera ganas.
Oliver estaba platicando animadamente con los invitados, sonriendo como si nada.
Al fin y al cabo, su negocio y su romance iban viento en popa, ¿cómo no iba a estar feliz?
Cuando vio llegar a Daisy, frunció un poco el ceño.
Seguro era porque ella no llevaba vestido de gala.
Como había más gente alrededor, prefirió no hacer comentarios, solo levantó la barbilla para indicarle que sirviera las copas.
Era obvio que la había llamado solo para que le ayudara con los tragos.
Tal como siempre hacía: la mandaba llamar cuando le convenía y la ignoraba cuando no.
Daisy dudó un par de segundos antes de decir:
Con una sonrisa radiante, empezó a platicar animadamente con los empresarios.
Daisy notó que Vanesa no tenía alcohol en la mano, sino un vaso de jugo.
Seguramente, Oliver se lo había permitido.
Después de todo, él mismo había sido capaz de arriesgarse a una reacción alérgica solo para beber en lugar de Vanesa.
Eso era lo que significaba ser la consentida, la que de verdad importa.
Siete años junto a Oliver, y, si lo pensaba bien, Daisy nunca había sentido que él la cuidara de esa manera.
Jamás recibió de él ni un poco de compasión.
Ni siquiera cuando le había dicho claramente que le dolía el estómago.
Para él, lo importante era que no se desatendiera a los invitados importantes.
Vanesa, en cambio, con solo un mes de estar cerca, ya recibía todos los cuidados y atenciones posibles.
Definitivamente, era otra historia.
El amor verdadero, al final, es lo que todos buscan.
Hasta Oliver, tan pragmático, había terminado cayendo.
Daisy apartó la mirada, serena, y justo cuando se daba vuelta para irse, vio que Yeray venía hacia ella.

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