Ella jamás olvidaría el clima de aquel día, idéntico al de hoy.
Un cielo nublado, el viento mezclado con lluvia helada, el frío calando hasta los huesos y, peor aún, hasta el alma.
Pero también recordaba para siempre la sombrilla negra que alguien sostuvo sobre su cabeza.
Ese fue el primer encuentro entre ella y Oliver.
En ese entonces, Oliver era como un rayo de luz, colándose en el mundo sombrío y sin esperanza de Daisy.
Por eso, durante los siguientes siete años, no dejó de seguir esa luz.
Sin mirar atrás ni una sola vez.
Lamentablemente, esa luz que alguna vez la iluminó, terminó arrojándola al abismo con sus propias manos.
...
En los días siguientes, Daisy mantuvo su rutina: salía del trabajo puntual, como siempre.
Antes de irse, imprimía una carta de renuncia y la dejaba cuidadosamente sobre el escritorio de Oliver.
¿Quién sabe? Tal vez un día de buen humor, Oliver terminaría firmándola.
Aunque, si lo pensaba bien, era una idea más bien descabellada.
Oliver casi no se aparecía por la empresa esos días, lo que le dio a Daisy un poco de tranquilidad.
Por supuesto, Vanesa tampoco estaba.
Miguel se le acercó para platicar un poco de chismes, contándole que Vanesa no solo no se había dejado ver por la empresa, ni siquiera había registrado su entrada.
Iba y venía como si nada, como si de verdad fuera la dueña de Grupo Prestige.
Daisy, curiosa, preguntó:
—¿Y el presidente Aguilar ya se enteró de esto?
—Claro que sí, pero ni siquiera ha dicho nada —Miguel frunció los labios, claramente molesto.
Eso no sorprendió a Daisy.
Para Oliver, todos debían seguir las reglas que él mismo imponía. Todos, menos Vanesa.
Ella era la excepción.
Eso era algo que Oliver permitía.
Sin embargo, Daisy no se detuvo en ese tema, sino que le preguntó a Miguel:
Oliver soltó una risa burlona, levantó una ceja y siguió directo a su oficina.
Daisy estaba por seguirlo, cuando Yeray apareció en el pasillo.
—Oli —llamó primero a Oliver.
Oliver se detuvo en seco, su mirada hacia Yeray era tan cortante que hasta el aire se tensó.
—¿Y tú qué haces aquí?
—Vine por Daisy —respondió Yeray sin perder la sonrisa.
Al mirar a Daisy, le sonrió aún más—. Quedamos de vernos para comer. Estaba cerca haciendo unos trámites, así que pasé a buscarla.
Daisy no esperaba que Yeray subiera a la oficina, y mucho menos que se encontrara cara a cara con Oliver.
Si esto hubiera pasado antes, ella habría corrido a dar explicaciones.
Pero eso ya no era necesario.
Aun así, ni siquiera alcanzó a responder cuando Oliver se adelantó con voz seca y grave:
—¿Acaso se te olvidaron las reglas de Grupo Prestige, Ayala? ¿Ahora usas el trabajo para andar de conquista?

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