Daisy esperó casi cuarenta minutos antes de poder subir al carro.
Cuando regresó a su departamento, ya pasaba de la medianoche.
Qué día tan agotador.
Aun así, Daisy se obligó a darse una ducha rápida; al salir del baño, ni fuerzas tenía para secarse el cabello.
Se dejó caer sobre la cama y, en cuanto tocó las sábanas, la venció el sueño.
Por suerte, los siguientes dos días eran fin de semana, así que Daisy por fin pudo dormir hasta que el cuerpo se lo pidió.
Al despertar, preparó un poco de caldo de pollo para llevarle a su madre al hospital.
Apenas salió de casa, se topó con la señora de limpieza de la administración, que no paraba de quejarse en voz baja.
—¿Quién podrá ser tan desconsiderado para andar fumando en el pasillo de emergencia, eh?
...
Cintia se recuperaba bastante bien; se le notaba más animada que antes.
Después de tomar el caldo, le dijo a Daisy que quería salir del hospital, que ahí dentro sentía que el aire ya no le alcanzaba.
Pero Daisy sabía la verdad: su madre solo quería dejar de gastar dinero.
—Mamá, de nada sirve que me lo digas a mí. Hay que hacerle caso al doctor. Cuando él diga que puedes irte, entonces sí.
Cintia enmudeció de inmediato. Era obvio que ya había intentado convencer al médico y no le funcionó, así que ahora quería intentarlo con Daisy.
—Si te sientes encerrada, te puedo sacar a dar una vuelta, que te dé el aire. Nomás que hoy el clima está algo feo.
La lluvia de la noche anterior había caído a ratos, y la temperatura bajó bastante.
Daisy acompañó a su madre a caminar por el parque que estaba junto al hospital. Al pasar por ahí, vieron a una pareja de novios tomándose fotos para su boda, y Cintia se quedó de pronto inmóvil.
Miró a los jóvenes con una mezcla de anhelo y ternura, imaginándose cómo sería el día en que su hija posara con vestido de novia.
A Daisy le dolía el corazón ante esa escena.
—Daisy, ¿y tú cuándo piensas tomarte las fotos de boda con Oli? —preguntó Cintia, con los ojos llenos de esperanza.
Daisy sintió la garganta seca.
—Él… está muy ocupado ahora, todavía no sabemos.
Solo cuando Daisy terminó sus exámenes, se enteró de todo.
En los tres años de preparatoria, Daisy se acostumbró a ver a su madre entrando y saliendo del hospital, cada vez más débil.
Cintia nunca permitió que los doctores le dijeran a Daisy lo delicado de su salud. Solo le decían que era por desnutrición y un poco de anemia.
En realidad, lo que Cintia tenía era anemia aplásica, y en su caso, severa.
Hasta que Daisy estuvo en el último año de prepa, el hospital les entregó una notificación de peligro de muerte. Fue ahí cuando Daisy supo la verdad.
Para Daisy, su madre lo era todo.
El día que el mundo pareció venirse abajo, por primera vez sintió lo terrible que era tener a la muerte rondando tan cerca.
El doctor dijo que Cintia necesitaba un trasplante de médula lo más pronto posible.
Durante ese tiempo, Daisy recorrió todos lados buscando una compatibilidad, y hasta fue a pedirle ayuda a la familia Ayala, aunque no le dijo nada a su madre.
Pero nadie de la familia Ayala quiso hacerse siquiera la prueba.
Daisy esperó a la intemperie afuera de la mansión Ayala, rogando toda una noche y un día. Pero esa puerta nunca se abrió para ella.

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