MATTHEW GRAYSON
Casarme con Julia era un movimiento estratégico bastante beneficioso para la empresa. Nunca le hablé de amor. Yo la necesitaba para resolver cada error que yo no fuera capaz de ver y, ante mis ojos, ella conocía la empresa tan bien como yo, jamás había conocido a una mujer tan capaz e inteligente.
A cambio ella podía caminar por las calles sin que ningún policía la atormentara. No debía preocuparse por las deportaciones. Era un trato justo y frío, y no tenía problemas con eso. Nunca me importó.
Solo era un asunto trivial.
—Matt, no sabes cuanto me alegra que por fin te decidas a sentar cabeza —dijo mi madre el mismo día que presenté a Julia como mi prometida. Parecía nerviosa y se frotaba las manos como si hiciera frío, aunque estábamos a mitad de verano—, pero… ¿una latina? ¿Estás seguro?
Sonreí con los dientes apretados y los labios tensos. Me había presionado hasta la locura para verme casado, y ahora tenía un problema con la ascendencia de Julia. Parecía que nada le gustaba a mi madre.
—La gente dirá que solo te busca por la «green card» —susurró como si temiera que alguien más la escuchara.
—Sí así fuera, ¿cuál es el problema? —pregunté con apatía, aumentando su incertidumbre.
—Ni tu padre ni yo estamos de acuerdo —soltó con ceremoniosidad—. ¿Qué hay de Shanon? Siempre hicieron muy linda pareja. ¿No te ha dicho nada sobre la noticia? ¿Ella te apoya?
—Shanon no está aquí, y aunque lo estuviera no tiene ni voz ni voto. Soy yo quien decide —contesté tajante, sin desviar la mirada—. Quiero a Julia como mi esposa. Es ella o nadie. ¿Quieres verme casado? Esta es tu única oportunidad, madre.
Abrió la boca, queriendo decir algo, pero se tragó sus palabras. Sabía que mi carácter, tan parecido al de mi padre, era implacable.
—Bien, es tu decisión —contestó con la frente en alto—, pero no lograrás quitarme de la cabeza que las mujeres como ella solo son interesadas. Buscan en otro lugar lo que nunca obtendrán en su propio país. No deberías confiarte.
Torcí los ojos y sonreí para mis adentros. Era yo quien estaba usándola como mi espada y mi escudo. Era yo quien estaba jugando con ella en este tablero de ajedrez, ella no era mi reina, solo era un peón, no se merecía más.
La noche antes de nuestra boda no sentía nada, era como cualquier otra, sin ninguna expectativa. Me disponía a abandonar la oficina, dejando a Julia cansada resolviendo los últimos detalles del contrato en proceso, mientras yo tenía una reunión con inversores importantes a la que no podía faltar.
¿Podría contarse como despedida de soltero?
—¿Señor Grayson? —me detuvo su voz temblorosa mientras me acomodaba el saco—. ¿Qué pasará después de mañana?
Pregunta extraña, pero con mucho sentido. ¿Qué pasaría después de nuestra boda? Ni siquiera me había detenido a pensarlo. Me acerqué a ella, usando el silencio para pensar bien en lo que diría.
Bajé más como un cadáver que como un novio. Entré tambaleante a la elegante y costosa finca donde se llevaría a cabo la boda, irritado por el ruido de los invitados y el caos previo a una celebración como esta. Era demasiado caos para mi cerebro aún flotando en alcohol.
—¡Matthew! —exclamó mi padre al verme—. Te ves como si te hubieran atropellado y lanzado al río.
—Creo que… «la despedida de soltero» fue demasiado intensa —dije con voz rasposa mientras mantenía la mirada agachada.
—Ve a una de las habitaciones y enjuágate la cara —refunfuñó mi padre antes de olfatearme con disimulo—. Apestas a alcohol.
Con una palmada en la espalda me dirigió hacia un largo pasillo con un par de puertas. Avancé cansado y molesto. No había manera de que ese día saliera bien, simplemente apestaba, solo quería salir de esto como fuera.
Giré el pomo de la puerta más cercana a mí y entonces me quedé congelado.
Ahí estaba Julia, con sus cabellos castaños recogidos en un chongo que dejaba caer algunos mechones ondulados. Tenía un maquillaje impecable, delicado, que enaltecía la belleza de su rostro, y su cuerpo… su cuerpo solo estaba cubierto por un delicado conjunto de encaje blanco acompañado de medias que le llegaban a medio muslo y eran sostenidas por un ligero.
Me quedé sin aliento y ella no parecía darse cuenta de mi presencia, estaba ocupada intentando ponerse el vestido, cuando por fin nuestras miradas se encontraron.

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: 30 Días Antes del Divorcio: ¡Estoy Embarazada!