MATTHEW GRAYSON
—¡Señor Grayson! —exclamó Julia sin decidir si cubrirse con el vestido o con sus manos. Su rostro se sonrojó de manera adorable y sus ojos brillaban con intensidad.
Me sorprendí de lo que su acostumbrada ropa holgada escondía debajo. Tenía curvas suaves forradas de una piel de apariencia tersa. Mi corazón se aceleró como nunca. Me acerqué lentamente después de cerrar la puerta detrás de mí, intentando controlar el deseo que comenzaba a quemar mi piel.
—Déjame ayudarte… —susurré colocándome detrás de ella. Noté como su piel se erizó con mi cercanía y su cuerpo se puso rígido. Estaba tan nerviosa que parecía adorable. Posé mis manos sobre el cierre de su vestido, había logrado esconder su cuerpo con él, pero aún podía ver su espalda descubierta.
Tentado por el alcohol que aún llevaba en la sangre, o tal vez usándolo como justificación, toqué su espalda apenas con las yemas de mis dedos. Fue la primera vez que acaricié su piel. Era tan suave que no pude quedarme solo con su tacto, acerqué mi nariz sutilmente y la olisqueé. Su perfume a jazmín inundó mis fosas nasales, sedándome por completo.
—¿Señor Grayson? —preguntó temblorosa. Vi cómo, poro a poro, su piel se erizaba. Mis dedos siguieron el patrón de sus vellos, deslizándome por sus brazos, olvidándome de ese cierre que solo me privaría de la vista.
—Hoy nos casaremos… ¿No te dije que sería extraño que me sigas llamando Señor Grayson? —pregunté divertido. Sin darme cuenta mis labios ya estaban acariciando su hombro, sintiendo su suavidad en mi boca. Cada vez queriendo llegar más lejos.
—S-sí… y-yo… lo siento… —Tartamudeaba nerviosa. Su vulnerabilidad solo alimentaba la llama que ardía dentro de mi pecho. La tomé con firmeza de la cintura y la hice girar. Su hermoso rostro fue otro golpe directo al corazón. Había una simetría encantadora, y el maquillaje resaltaba lo que la naturaleza ya le había dado.
Sus manos sostenían el vestido con firmeza y, mientras yo la veía con hambre, ella me veía con miedo y nerviosismo.
—Hoy seremos marido y mujer… —susurré mientras me inclinaba hacia ella—. Serás completamente mía.
Tomé suavemente sus muñecas mientras mi frente se pegaba a la de ella. Compartimos nuestro aliento y poco a poco la tensión se fue disolviendo hasta que por fin sus manos soltaron el pesado vestido. Sus pechos se movían al compás de su respiración y ya no pude más, la besé, siendo el inicio de todo lo que le haría después.
La tumbé sobre la cama y la devoré con desesperación, alimentándome del nerviosismo que exudaba su piel. El calor de su cuerpo me hacía arder a mí también y de pronto el dolor de cabeza y la resaca habían desaparecido, como si ella fuera una cura para mis males.
Me deshice de esas delicadas bragas de encaje blanco y su hermoso brasier que parecía cubrirla como un moño a un regalo. Lo único que se quedó fueron sus medias, que la hacían ver aún más deseable.
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Los comentarios de los lectores sobre la novela: 30 Días Antes del Divorcio: ¡Estoy Embarazada!