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¡CÁSATE CONMIGO! Tendrás a mi bebé. romance Capítulo 64

Capítulo sesenta y cuatro: Un intruso en mi casa

“Narra Apolo Galanis”

Una semana después a Sofia la habían dado de alta. A mí se me ocurrió llevarla a cenar para celebrar que ella y el bebé se encontraban fuera de peligro, pero ella desestimó la idea de inmediato.

—Estoy cansada —fue todo cuanto dijo, pero lo suficientemente clara para que yo no insistiera. En cambio me pidió parar en su cafetería preferida y comprar una bolsa de pastelitos y un chocolate caliente.

Sofia seguía sin creer en que yo no sintiera nada por Creta, en que nuestro matrimonio podría funcionar, en que podríamos sanar las heridas que nos habíamos causado el uno al otro…. las que le había causado yo a ella principalmente. Si no podía convencerla de todo aquello, mucho menos creería en el amor que yo aseguraba profesarle. De hecho, hacía cuatro días me había prohibido decirlo en voz alta.

Ella decía que se sentía demasiado abrumada, lo cual era totalmente razonable y con las dudas que pululaban en su cabeza, aquellas dos palabras habían quedado vetadas para mí.

El camino hasta la mansión lo hicimos en completo silencio. Por el momento, debido a su convalecencia, Sofia no podía quedarse sola. Sin embargo, había dejado claro que apenas los doctores le dieran el visto bueno se marcharía de la casa. Cosa que estaba claro que yo no permitiría.

Mientras el auto aparcaba frente a la escalinata de la entrada principal, la vi parpadear varias veces para controlar las lágrimas. Yo me di cuenta y, sin decir nada, me incliné para abrazarla.

—Sólo son las hormonas, ¿lo entiendes?

—Lo entiendo —dije, apretando su hombro antes de salir del coche.

Cerré la puerta de la mansión pero al darme la vuelta me quedé descolocado. La simpatía había desaparecido de mi rostro mientras miraba hacia el salón, en donde un sujeto esperaba sentado en el recibidor.

No sabía quién era, pero ya había decidido que no me agradaba. Nadie que mirara a mi mujer por más de tres segundos me agradaba.

—¿Y ese tipo quién es? —pregunté de mal humor—. ¿Lo conoces , Sofía?

—No. No tengo ni idea —Sofia se encogió de hombros mientras se dirigía a saludar al sujeto.

Enseguida me acerqué a él a pasos agigantados.

—¿Quién es usted y qué hace en mi casa?

—Mi nombre es Brenton Haynes, señor Galanis y soy el decano de la facultad de Arte y Literatura de la Universidad de Oxford. Estoy aquí para hablar con la señorita Wilson.

Haynes se levantó del sofá, estirándose la chaqueta.

—Señorita Wilson —la saludó—, me alegra ver que está recuperada.

—No del todo —intervine con gesto adusto—. Y es señora Galanis.

—¿Qué lo trae por aquí, señor? —Sofia tomó la palabra mientrtas me daba un discreto codazo. Me conocía y por ello sabía que estaba siendo grosero a propósito.

—Ah, llámeme profesor. Bueno me he enterado de que estaba delicada de salud y como tengo su dirección, decidí pasar a saludarla e invitarla a cenar…

—¿Cenar? —repitió ella, confusa—. Gracias, pero…

—Ya ha cenado. ¿Y por qué tendría que hacerlo? —me metí en medio de la conversación—. Y por si no lo sabe, mi esposa acaba de ser dada de alta del hospital luego de una complicada operación. Debe guardar reposo.

—¡Por supuesto! Su mayordomo me ha contado.

Miré al sujeto de pies a cabeza que estaba muy ocupado babeando sobre los zapatos Gucci de mi mujer. ¿Qué pensaría aquel tipo del embarazo de Sofia? Supuse que no lo sabía, puesto que la ropa se encargaba de disimular muy bien su vientre pequeño. ¿Dejaría de verla como un plato de pasta carbonara a devorar si se lo decía?

—Ni se te ocurra —dijo ella entonces, clavando un dedo en mi pech0. Ya había adivinado mis pensamientos.

Ella apartó la mirada.

—Sí, claro. El niño es lo primero.

—Tú me sigues importando —le dejé claro con una sonrisa.

Y lo decía en serio. La deseaba y quería estar con ella. Quería decirle cuánto la amaba, pero ella me lo había prohibido. Tendría que valerme de otros medios para ello.

Vi que le temblaban los labios. No pensaba desperdiciar esa ventaja, pero cuando iba a acariciar su cuello, el mayordomo nos interrumpió con un grito de felicidad al ver a su señora. No se calló por la siguiente media hora y yo aguanté la perorata de manera estóica, aunque Sofia lo llevaba peor, puesto que apenas conseguía entender algunas frases con el parloteo corrido.

Más tarde la subió a su habitación y se aseguró de dejarla lo más cómoda posible.

—Ya me has dejado bien instalada —declaró ella—. Así que puedes marcharte.

—Sofia…

—Me lo has prometido, Apolo —mi esposa me cortó de manera abrupta—. Quiero estar sola. Y que sepas que sigo determinada a irme.

—De acuerdo —tuve que claudicar a lo primero en medio de un fuerte resoplido—, pero puedes estar segura de que volveré. No me voy a dar por vencido, querida esposa.

Esa era mi nueva misión. Aunque antes tenía que deshacerme de los lastres que nada tenían que ver conmigo.

—Creta —dije tras marcar su número en el teléfono celular—, te veo en la oficina dentro de una hora. Vamos a hablar largo y tendido.

****Lamento la demora, ya casi que es 17. Pero bueno, siempre sabré recompensarlas. Tal vez haga un maratón al final de la semana. Me parece que a Apolo le ha salido competencia....****

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