Capítulo sesenta y tres: No te creo
“Narra Sofia Galanis”
Por unos segundos perdí el aliento y me quedé sin nada que decir.
—Nada de falsas declaraciones, ¿recuerdas? —dije apartando su mano. Su pena era lo único que no podía aceptar. Sin embargo, Apolo me había puesto las manos en la cara para obligarme a mirarlo.
—¿Cómo puede ser una declaración falsa si hablo desede la verdad? Te quiero. Lo he hecho desde el momento en que descubrí quién eras. Desde la noche de bodas supe que no quería dejarte ir nunca. Casi no te conocía y habría hecho cualquier cosa por tenerte allí.
Me quedé allí, alucinada por sus palabras. Aquel hombre me estaba diciendo lo que yo necesitaba escuchar. Lo que tanto había soñado.
Apolo Galanis, mi marido me amaba.
Y debería haber ayudado, pero no lo hizo. La omisión de cualquier declaración de amor durante nuestra relación había costado la vida de nuestro hijo. Ni siquiera le podía creer después de tantas falsedades y desencuentros.
La esperanza que había invadido momentáneamente mi cuerpo se dispersó. Cerré los ojos y aparté mi mano de la de él.
El amor parecía una compensación mínima en comparación con la pérdida que había sufrido.
—Ahora mismo tus palabras no tienen credibilidad alguna para mí, Apolo. No te creo.
—Pues te lo repetiré hasta la saciedad. Te lo demostraré hasta que me creas. Sabías que algo andaba mal contigo, ¿verdad? —preguntó él con suavidad. Yo asentí lentamente mientras las lágrimas me caían por las mejillas—. Por eso estabas tan mal, tan...
—¿Difícil? —sugerí—. Jamás había estado tan asustada en toda mi vida. No sabía lo que hacer, cómo decírtelo.
—Ojalá lo hubieras hecho —dijo él, pero sin reproche en su voz—. No creo que yo sea tan inaccesible.
—Lo eres —suspiré—. Sin embargo, no lo suficiente como para que dejara de quererte.
Me secó las lágrimas con el pulgar y trató de besarme los labios, pero yo viré la cara.
—Ahora nos comprendemos el uno al otro, eso es lo que importa—. Nos queremos…
—No, Apolo —lo interrumpí con voz ronca.
—Aprenderemos de esto, y avanzaremos juntos. Puede que ahora no lo parezca, pero con el tiempo verás que es lo mejor.
—¡Lo mejor! —dije abriendo los ojos de golpe—. ¿Cómo puedes decir que será lo mejor? ¿Cómo puedes ignorar a tu bebé?
A Apolo se le oscureció la cara y soltó un suspiro.
—¿Pero qué…? ¡Nunca!
—¿Señora? —dijo una enfermera que apareció junto a la cama, sonriendo. Era evidente su sorpresa al ver que yo parecía más recuperada, pero aun así me colocó el medidor de la tensión alrededor del brazo.
Me quedé allí tumbada, sintiendo la impaciencia de Apolo, la tensión en la habitación mientras la enfermera hablaba y me tomaba la temperatura, el pulso, ajena a la creciente irritación de Apolo.
—Nunca —repitió él cuando estuvimos solos—. ¿Me oyes? Creta ha causado mucho daño, ha dicho muchas mentiras. Si hay algo que debemos hacer por el bien de los tres es olvidar todo lo que ha dicho. Debemos...
—El bien de los dos —lo corregí. Corregir a Apolo no estaba en mi naturaleza, pero aquel comentario tan insensible hizo que me brotaran las lágrimas de nuevo.
—¿Ahora me crees?
Habría contestado, habría dicho que sí, pero las lágrimas no me dejaban hablar mientras tocaba la pantalla con la mano, intentando de algún modo capturar el futuro, con todos mis sueños y esperanzas resucitados ante mis ojos.
—Está muy grande ya —dijo Apolo emocionado al ver la pantalla.
—Ya tengo cuatro meses —dije mientras miraba al hombre que amaba—. ¿Ya se ve el sexo?
—Está de espaldas —informó—. Hoy no podrán saberlo. Tendrán que esperar.
Sonreí mientras que veía emocionado al hijo que ambos amaríamos.
Pasase lo que pasase. Porque eso era lo único que quedaría entre los dos.
La felicidad nos inundó por un instante en el que nos permitimos simplemente contemplar a nuestro hijo y hacerme a la idea de tenerlo en brazos.
—Dime que me crees, por favor —la voz de mi marido prácticamente fue una súplica—. Te quiero, Sofia. Solo a ti.
—No vayas tan rápido, Apolo —le detuve, inundada con tantas emociones y exhausta en todos los sentidos—. No puedes esperar que te siga hasta el fin del mundo con los ojos cerrados… otra vez. Y como he dicho antes, tus palabras han perdido valor para mí.
—Pero…
—¡Necesito mi espacio! —me impuse con ímpetu—. Así que me vas a dar mi espacio y me vas a mostrar con acciones si dices o no la verdad.
—De acuerdo —mi marido finalmente claudicó, comprendiendo que yo tenía la razón—. Pero te dejo claro que no me rendiré, Sofia. Te voy a probar mi amor.

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Los comentarios de los lectores sobre la novela: ¡CÁSATE CONMIGO! Tendrás a mi bebé.