Capítulo noventa y seis: La trampa de la zorra
"Narra Creta Paladios*
Finalmente había llegado mi oportunidad. Sentada frente a las cámaras de vigilancia y mirando a la estúpida de Sofía Galanis desmayada en un rincón, dejé ver una amplia sonrisa llena de satisfacción.
Tanto Apolo como el viejo Ezio estaban siendo muy protectores con esa tonta y la tenían vigilada las veinticuatro horas del día por más de tres guardaespaldas. Por eso no había podido abordarla, pero entonces me enteré de que viajaba a Atenas con Apolo y lo planeé todo. Esta era mi casa y aquí tenía el poder para hacer lo que me diera la gana. Ni siquiera el bueno de Apolo vio ver mi maniobra.
Mi teléfono celular vibro y tomé la llamada sin perder de vista las cámaras.
—El trabajo que me ha encomendado está hecho, señorita Paladios —me dijeron al otro lado de la línea—. Los del auto quedará como un accidente del motor y al paquete lo atrapamos sin que nadie nos viera. Hemos borrado todas las evidencias.
—Excelente —con una sonrisa más grande si era posible añadí—: en cuanto te deshagas de ella, enviaré el resto del dinero a tu cuenta de manera automática. Si te portas bien puede que incluso te ganes una bonificación.
Desde que Apolo me había alejado de él y me había devuelto a mí padre como si fuera un trapo viejo, mi estatus en la familia Paladios había disminuido considerablemente. Mis primas hasta se habían burlado de mí.
«Te has dejado ganas por una criada de barrios bajos», solían decirme
«Has pedido tus habilidades femeninas», se burlaron de mí todo cuanto les dió la gana y para mí desgracia, yo no tenía ningún argumento para contradecirlos excepto devolverles los golpes con mi lengua venenosa. Sin embargo, aunque podía defenderme el daño ya estaba hecho. La humillación no me la borraría nadie de la memoria.
Y mi padre… después de analizar los pros y los contras una vez que salió del hospital, quería que yo me casara con un hombre rico de un pueblucho inmundo de Grecia que había perdido a su esposa.
No, por encima de mi cadáver. Yo había trabajado duro durante casi veinte años para ganarme un destino mejor que ese. Yo me mercería un hombre a mi altura y el único que conocía era Apolo Galanis.
Solo tenía que sacarle a la estúpida de Sofía su bebé de las entrañas, luego sembrar cizaña entre ella y Apolo y con el apoyo de mi querida Cassia conseguiría reconquistar a mí hombre. Aunque incluso si no lo lograba ya me daba por satisfecha, porque a pesar de que Apolo no sería para mí, tampoco lo sería para ese intento de Cenicienta.
Los Galanis querían a Sofía soll por esa bebé. Cuando ya no existiera ella no duraría mucho tiempo en ser expulsada de la familia.
Me coloqué la chaqueta negra y la máscara antes de abandonar la habitación para dirigirme a la celda en donde tenía encerrada a mí víctima.
'No', detuve mis manos pensamientos de inmediato. 'Ella está bien, las dos están bien."
'Tienen que estar bien', me lo repetí mentalmente hasta que me convencí de ello.
Me llevé una mano a la frente para secarme el sudor frío que me bañaba la piel y miré hacia el camarote en donde habíamos pasado una noche increíble. El cuarto estaba vacío, tan vacío como mi pecho. Ahora mismo prefería que ella saliera por esa puerta gritándome o queriendo golpearme. Preferiría estar discutiendo con ella antes que no tenerla a mi lado en absoluto.
La noche pasó, fueron horas eternas de tortura pero ni siquiera valió la pena porque al amanecer mi esposa todavía no había aparecido.
Me quería morir.
—No me hagas esto, Sofía —supliqué en voz alta, mirando hacia la nada, algo que jamás había hecho. Sí había un Dios allá arriba necesitaba que justo en este momento me escuchara y me complaciera—. Haré lo que quieras, te daré lo que me pidas, pero por favor regresa a casa.
*****Salió el primero. Vamos a ver cuántos más puedo hacer hoy.****

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