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Después de que mi Esposo me Lanzó de un Acantilado, Regresé para Destruirlo Todo romance Capítulo 2

Al día siguiente, Liam no se había separado de su lado.

Le leía fragmentos de sus libros favoritos, según él. Le contaba anécdotas de "su vida juntos", describiendo viajes a París y cenas a la luz de las velas. Le daba de comer sopa con una paciencia infinita, sonriendo cada vez que ella tragaba un bocado.

Era el esposo perfecto. Un sueño hecho hombre.

Pero para Thaís, seguía siendo un extraño que interpretaba un papel. Un papel que, por alguna razón, no terminaba de creerse.

A mediodía, la puerta se abrió y la sonrisa de Liam se ensanchó.

—Mira, mi amor, tenemos visita. Espero que no te moleste, pero insistieron en venir.

Una joven de aspecto dulce y un muchacho de ojos nerviosos entraron en la habitación.

—¡Thaís, hermana!

La chica se acercó a la cama, sus ojos verdes llenos de lágrimas. Era Camelia Rodríguez. Su belleza era delicada, casi frágil, como una flor de porcelana. Llevaba un vestido sencillo pero elegante que acentuaba su figura.

Le tomó la otra mano. Su piel era suave, pero helada. Su agarre, sorprendentemente fuerte.

—Nos diste un susto de muerte. He rezado por ti todos los días.

A su lado, Julián, el hermano menor de Thaís, se mantenía a distancia, casi pegado a la pared.

—Hola, hermanita.

Su voz era apenas un murmullo. No la miraba a los ojos. Su mirada iba de Liam a Camelia, y luego al suelo, como si el dibujo de las baldosas fuera lo más interesante del mundo. Se frotaba las manos sin parar, un gesto nervioso que no pasó desapercibido para Thaís.

Sintió una punzada de algo que no supo identificar. Una extraña mezcla de lástima y desconfianza.

—Julián, acércate, no seas tímido —dijo Liam con tono afable, aunque con un matiz de orden—. Thaís necesita sentir que estamos todos con ella.

Julián dio un par de pasos torpes, como si sus pies pesaran una tonelada.

—Me alegro de que estés bien. De verdad.

Seguía sin mirarla.

Camelia, en cambio, no dejaba de sonreírle. Una sonrisa radiante, perfecta, pero que no llegaba a sus ojos. Sus ojos verdes la escrutaban, la analizaban.

Liam reaccionó al instante. Su rostro se llenó de preocupación.

—Claro, mi vida. No debemos agotarte. Chicos, es mejor que nos vayamos y la dejemos descansar.

Julián pareció inmensamente aliviado, como si le hubieran quitado una condena. Salió de la habitación casi corriendo, murmurando un adiós inaudible.

Camelia se inclinó y le dio un beso en la frente. Su piel era fría.

—Descansa, hermanita. Te queremos.

Su aliento olía a un perfume caro y dulce, casi empalagoso. A Thaís le dieron náuseas.

Cuando se quedó sola de nuevo, el silencio de la habitación pareció amplificarse.

Cerró los ojos, pero la imagen de la cabeza de Camelia en el hombro de Liam no se iba.

Esa sensación en el estómago no era cansancio.

Era una alarma sonando a todo volumen en la niebla de su mente.

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