Mateo no estaba dispuesto a convivir con alguien tan insoportable. Le dejó una de sus casas a la mujer con la que se casó, estableciendo límites estrictos a los empleados para evitar pérdidas. Él se quedaría en una casa a muchos kilómetros de distancia, donde pudiera vivir tranquilo con sus mascotas; el rottweiler y el tigre blanco, con los cuáles se entendía mejor que con la gente.
Después de cenar y dormir esa noche, se trasladó a Aegis, su lugar de trabajo, una fortaleza equipada con la mejor tecnología, donde él era uno de los principales encargados de probar y mejorar los sistemas. Recibía heridas nuevamente, pero todo volvió a la normalidad, no sentía absolutamente al hacérselas. Aunque se obligó a recordar lo ocurrido, como también ignoró a quién quiso preguntar por ello.
Regresaba a su casa para despejar su mente, pero dos noches después se encontró con una visita inesperada.
—Todos nuestros amigos fueron a mi fiesta de cumpleaños y tú faltaste esta vez —dijo Braden, con su vestido rojo y una sonrisa que lo hizo detenerse en seco. —Traje postre y vino para celebrar como lo hicimos en…
—No tengo amigos y si no asistí es porque no me interesan las fiestas en este momento —respondió Mateo con frialdad. La castaña, una de las actrices más cotizadas del momento, arrugó la boca con ese gesto que hacía siempre que no aceptaba un “no”.
—Puedo ayudarte con ese estrés —dijo Braden, acercándose después de dejar las copas. Mateo mantuvo las manos en los bolsillos mientras ella se colgaba de su cuello. —No insistiré en retomar todo. Solo quiero terminar mi cumpleaños como el año pasado, ¿no merezco un regalo?
Se acercó a sus labios y lo besó lentamente. Braden era una mujer hermosa, pero él no tenía interés en retroceder en su decisión, así que no respondió a su beso y la apartó bruscamente.
—Dije que no —su relación había terminado y no pensaba retomarla—. Vete. Estoy cansado.
—Mateo, me cansé de mentirle a mi papá. Estábamos comprometidos —recriminó ella.
—Supusiste que era así y lo aseguraste frente a todos —dijo Mateo, destapando una botella y bebiendo—. Yo jamás propuse nada.
—¿Hay alguien más? —preguntó Braden. Mateo rodó los ojos y se dio la vuelta, recordando a alguien que ya había olvidado.
—De hecho, sí —reveló, esperando que eso fuera suficiente para que se fuera.
—Estás mintiendo.
—No voy a dar detalles —apenas recordaba el color de su cabello, ni siquiera su nombre lograba traer de regreso a su mente.
—¿Quién es? —insistió Braden, tratando de descubrir su mentira.
—Señor, su esposa acaba de hacer algunas solicitudes —dijo Beagle, el hombre que llegaba con la vista en el teléfono, sin darse cuenta de la presencia de Braden hasta que alzó la mirada. Comprendió su error cuando la cara de la visitante quedó frente a la suya.
—¿Esposa? —El tono de reproche llegó hasta Mateo—. ¿Te casaste?
—Lo siento, señor. No sabía —se disculpó Beagle, pero solo recibió una mirada desinteresada de su jefe.
—Responde, Mateo.
—Que yo sepa, el oído no te falla —le dio la espalda.
—¿Cómo se llama?
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