Al escuchar el alboroto, Héctor y Sebastián, junto con Agustín, se acercaron de inmediato.
Héctor arrugó la frente.
—¿Y ahora qué pasa aquí?
Fabiola pensó que la señora Barrera daba lástima, porque en esa casa solo se atrevía a desquitarse con los que consideraba inferiores. A excepción de Fabiola, no había nadie a quien se atreviera a ofender.
—¿Qué sucede? —preguntó Agustín al llegar, mirando preocupado a Fabiola.
Solo se había ausentado un momento y ya estaban fastidiando a Fabiola. Quedaba claro que no podía dejarla sola ni un segundo.
Fabiola aspiró por la nariz y, fingiendo estar dolida, miró a Agustín con ojos tristes.
—No pasa nada, la señora Barrera tiene razón. Mi lugar no es aquí, no tengo el nivel para sentarme en esta mesa.
El gesto de Agustín se endureció de inmediato. Se volvió hacia la señora Barrera.
—¿Y usted de qué presume?
—Una hija fuera del matrimonio y todavía se atreve a decir que los demás no están a la altura —soltó Frida, apoyada en el marco de la puerta, con una sonrisa burlona dirigida a la señora Barrera.
La señora Barrera estaba al borde de perder el control, respirando con dificultad.
—¡¿Qué estás diciendo?!
Héctor frunció el ceño, perdiendo la paciencia.
—Ya estuvo, váyase a su cuarto.
La señora Barrera contuvo el coraje como pudo, dio media vuelta y se marchó con el enojo burbujeando.
Frida sonrió con despreocupación.
—Hoy que Karla regresó estoy de buenas, así que no me quedaré a cenar con ustedes. ¡Bye!
Al terminar, Frida lanzó un beso al aire en dirección a Agustín, guiñándole un ojo antes de desaparecer por el pasillo.
—Por fin se fue —dijo Roberto, soltando un suspiro de alivio apenas Frida salió—. Bueno, todos a sentarse. Tengo algo importante que anunciar.
Todos obedecieron y tomaron asiento. Roberto miró a Sebastián.
—Hoy que Sebastián está aquí, la familia Benítez puede servir como testigo.
Sebastián asintió con la cabeza.


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