Sebastián miró cómo el carro de Agustín se alejaba y solo entonces aflojó poco a poco sus manos, que había apretado con tanta fuerza que los nudillos le dolían.
Agustín tenía razón. Primero debía resolver el problema pendiente con la familia Benítez antes de siquiera pensar en negociar con él para recuperar a Fabiola.
...
Hotel.
Fabiola seguía a Agustín de cerca, como si no quisiera llamar la atención.
Antes de entrar al elevador, Agustín la miró de reojo. Ella tenía la cabeza agachada, perdida en sus pensamientos.
—¿En qué piensas? —preguntó Agustín con voz tranquila.
—¿Este brazalete… no podrías darme uno falso para usar? —Fabiola le susurró, casi como si temiera que alguien más la escuchara—. Así sería más seguro.
Agustín esbozó una media sonrisa.
—Si se rompe, solo te doy otro. La familia Lucero tiene más joyas de las que podrías contar.
Fabiola lo miró sin poder compartir su tranquilidad. Murmuró en voz baja, como hablando consigo misma.
—Eso es como tener una navaja sobre el cuello… Solo cambia el ángulo.
—Si se rompe, no tienes que pagarlo —replicó Agustín y, sin más, tomó la mano de Fabiola y la llevó a la habitación.
Apenas salieron del elevador, se toparon de frente con Sebastián y Martina.
Qué coincidencia, no solo estaban en el mismo hotel, sino también en la zona VIP del mismo piso… y en habitaciones contiguas.
Al ver a Fabiola y Agustín juntos, el gesto de Martina se ensombreció. Instintivamente se aferró al brazo de Sebastián.
Agustín saludó a Sebastián con una sonrisa casi burlona, pasó su tarjeta por la puerta y jaló a Fabiola hacia adentro.
Apenas cerró la puerta, Agustín arrinconó a Fabiola contra ella y la besó, sin darle tiempo de reaccionar.
Ella, sorprendida por el asalto repentino, apenas alcanzó a mirarlo cuando él la tomó de las piernas y la levantó de un tirón.
—¡Ah! —Fabiola soltó un grito ahogado al sentir cómo la levantaba y su cabeza chocó contra la puerta. El corazón se le disparó como nunca.
El pensamiento de que Sebastián y Martina tal vez seguían en el pasillo la hizo cubrirse la boca con la mano, aterrada de que escucharan algo.
Pero Agustín, como si disfrutara de la situación, hundió los dientes en la clavícula de Fabiola.



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