Fabiola llegó a la puerta de su casa con la ropa sucia y empapada en las manos, apenas iba a entrar cuando Sebastián la empujó adentro y la acorraló contra la pared.
El rostro de Sebastián reflejaba molestia, sus cejas fruncidas mostraban que no estaba de buen humor mientras miraba fijo a Fabiola.
—¿Quién te trajo de regreso? —preguntó, su voz cargada de desconfianza.
La casa estaba a oscuras, pero Fabiola sentía la mirada de Sebastián como si la atravesara. Sin alterarse, empujó a Sebastián para apartarlo y encendió la luz.
Bajo la luz, las piernas de Fabiola, vestida solo con shorts, lucían cubiertas de moretones y heridas. La imagen era impactante.
Sebastián, al ver eso, bajó la voz y su enojo se desvaneció casi por completo. Tomó la muñeca de Fabiola y la atrajo hacia sí, abrazándola por detrás.
—Lo de hoy… quiero pedirte perdón —susurró.
Fabiola se quedó rígida, inmóvil, dejando que él la abrazara, sin responder.
Perdón…
De repente, Fabiola recordó aquel primer año de universidad, cuando Renata la acosó y la dejó hecha pedazos. Sebastián, delante de todos, le dio una bofetada a Renata y la obligó a disculparse en público.
En ese entonces, Fabiola pensó que Sebastián brillaba con luz propia. Se sentía protegida, él había tenido el valor de ponerse de su lado, incluso de golpear a su propia hermana por ella.
Ahora, al pensarlo, solo podía sentirse ridícula y lastimada. Qué ingenua había sido.
La palabra “perdón” le parecía de lo más repugnante.
El daño ya estaba hecho, las cicatrices eran una realidad imposible de borrar.
Pedir perdón era solo otra forma en que el agresor pisoteaba a la víctima.
—Señor Sebastián… ¿le fue bien con su declaración? —preguntó Fabiola, con la voz ronca, cambiando de tema.
No necesitaba las disculpas hipócritas de Sebastián.
Le resultaban un insulto.
Sebastián dudó un segundo antes de contestar, sin soltarla.
—Ella acaba de divorciarse, no va a aceptar nada tan rápido. Así que, por ahora, no tienes que preocuparte de que te deje de lado…
Martina apenas había firmado el divorcio, todavía no superaba su relación anterior, así que Sebastián se prestaba a que ella lo tuviera a la espera.
Y Sebastián, encantado de estar a merced de Martina.
Pero mientras Martina lo tenía colgado, Sebastián no pensaba soltar a Fabiola.
—Hoy de verdad no sabía que Martina había llamado a su hermano… Benjamín lleva años estudiando fuera y ni siquiera sabía que iba a volver, Martina no me dijo nada… —intentó explicar Sebastián.
Quería dejar claro que no había planeado que Fabiola terminara humillada y maltratada.
—Te transferí cien mil pesos por WhatsApp. Si te gusta algo, cómpratelo, ¿va? —agregó Sebastián, con tono de quien le habla a una niña, y le dio un beso en la mejilla a Fabiola.
—Gracias, señor Sebastián —dijo Fabiola, sin fingir dignidad. Si Sebastián le transfería dinero, ella no lo iba a rechazar; necesitaba cada peso para estudiar en el extranjero.
Fabiola tenía un aire tan inocente que muchos poderosos del entorno habían intentado acercársele. Sebastián se encargó de mantenerlos alejados; no admitía que nadie más la tocara, la consideraba de su propiedad.
Él creía que la cuidaba, que le estaba haciendo un favor.
Y esperaba que Fabiola le estuviera eternamente agradecida.
—De camino a casa me encontré con el señor Agustín… Solo le pidió a la muchacha que me pasara ropa limpia y después el chofer me trajo de regreso —explicó Fabiola, esperando que Sebastián dejara de imaginar cosas.
Por supuesto, Sebastián no pensaba que Agustín se fijara en Fabiola en serio, pero conocía esa mirada de cazador que Agustín le lanzaba a su presa.
No podía evitar sentir celos. No le gustaba la idea de que alguien más codiciara lo que él consideraba suyo.
—Descansa, mañana me acompañas a una cena —dijo Sebastián, levantando una ceja y esbozando una sonrisa.
La cena era de la Cámara de Comercio Costa Esmeralda y Agustín también iba a estar ahí.
Sebastián quería llevar a Fabiola para dejar claro quién mandaba.
No pensaba casarse con Fabiola, pero tampoco iba a dejar que alguien más la deseara.
—Señor Sebastián, ya renuncié… —Fabiola intentó negarse, tenía un mal presentimiento.
—Tu renuncia fue rechazada, así que a trabajar como siempre —Sebastián le pellizcó la mejilla, satisfecho con la expresión de Fabiola—. Recuerdo que querías irte a estudiar fuera, ¿no? Dicen que ya casi se acaban los lugares en tu universidad, y que solo queda uno, ¿cierto?
A él le gustaba ver a Fabiola llorar, así que a veces la provocaba solo para verla rogar.

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