Fabiola tenía los ojos llenos de lágrimas y una sensación de impotencia le pesaba en el pecho. Recordaba lo que el profesor le había dicho: era la mejor estudiante del grupo, la que más merecía ese reconocimiento. Pero si Sebastián lograba convencer a la escuela, ese lugar ya no sería suyo.
—Mañana… llegaré puntual al trabajo —dijo Fabiola, aguantando las ganas de romper en llanto.
Sebastián, satisfecho, asintió. Pensaba quedarse esa noche, pero una llamada de Martina lo hizo marcharse a toda prisa en cuanto contestó el celular.
Fabiola se quedó sola en la sala. De repente, perdió el control y estrelló todos los vasos de vidrio que había sobre la mesa.
Tenía que escapar. Sí o sí.
Salir del encierro y de las cadenas que Sebastián le había impuesto, huir de esas reglas tan injustas que dominaban su mundo.
No iba a rendirse. Jamás.
...
Grupo Benítez.
Al día siguiente, cuando Fabiola llegó a la oficina, encontró a Martina esperándola.
—Fabiola —dijo Martina con su tono habitual, suave y lleno de preocupación.
Después de pasar la noche con fiebre, Fabiola se veía agotada.
—Buenos días, señorita Martina —respondió, tratando de ser cortés, con ganas de ir directo a su escritorio.
—Perdóname… —Musitó Martina, avergonzada—. Hice que vinieran a disculparse contigo. Ayer no sabía que ellos fueron los que te empujaron al agua. Hasta que Sebastián revisó las cámaras me enteré…
Fabiola se quedó fría por un momento, los músculos tensos mientras miraba a los tres que la esperaban junto a su lugar de trabajo.
Renata, Benjamín y Silvia.
Renata estaba sentada en su silla, con esa mirada desafiante y una sonrisa burlona en los labios.
Fabiola buscó la mirada de Martina.
¿De verdad los había hecho venir a disculparse?
—Mi hermana nos pidió que viniéramos a pedirte perdón —dijo Benjamín, elevando la voz para que todos los empleados lo escucharan.
Los demás voltearon, curiosos, deseando saber qué estaba pasando.
—Aunque seas una simple asistente y quieras ligar con mi cuñado, la verdad es que no tienes ni idea de lo que haces. Pero bueno, igual tengo que disculparme. Ayer no debimos empujarte al agua —soltó Benjamín con tono de burla, esbozando una sonrisa.
Las miradas se clavaron en Fabiola, sorprendidos de que hubiera intentado “conquistar” al señor Sebastián. ¿Quién se creía?
—¿Fabiola queriendo con el señor Sebastián? No se da cuenta de su lugar.
—Ahora resulta que estas chicas, por verse bien, creen que pueden con cualquiera…
Algunos compañeros comenzaron a gritar:
[¡Pásalos al grupo de WhatsApp de la oficina!]
Más gente se sumó a la broma, riendo y haciendo comentarios.
No les importaba que usaran el sufrimiento ajeno como espectáculo.
—Va, yo se los paso —dijo Benjamín, levantando el celular y buscando a quién enviárselos.
A Fabiola le zumbaban los oídos, las manos entumidas, heladas.
Quería matarlos.
Sentía unas ganas incontrolables de acabar con ellos.
Sin pensar, tomó el florero de vidrio más cercano y lo estrelló contra la cabeza de Benjamín.
Por un segundo, el lugar entero quedó en silencio. Todos miraron a Fabiola, atónitos.
Jadeando, con las emociones desbordadas, Fabiola sintió la sangre caliente brotar de su nariz.
Se limpió la sangre con el dorso de la mano, inmóvil, mirando sus propias manos temblorosas…

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Florecer en Cenizas