Fabiola se quedó parada en el mismo sitio, procesando la situación durante varios segundos. Finalmente, tomó aire con fuerza y se acercó para formarse junto a Agustín.
Así que resulta que incluso un jefe con una fortuna de miles de millones tenía que hacer fila como cualquier otro.
Por otro lado, Karla también tenía que formarse, aunque se notaba que le molestaba. Sus ojos brillaban de pura envidia.
Si hubiera llegado antes a la familia Lucero, la que estaría casada con Agustín sería ella. ¡Media cuadra sería suya!
Ese era el viejo barrio de Ciudad de la Luna Creciente. Aunque a simple vista parecía descuidado y viejo, la renta ahí no era nada barata; era una de las zonas más movidas de la ciudad.
Toda esa calle comercial pertenecía desde hacía décadas a la familia Lucero.
El abuelo de Agustín la compró cuando todavía era joven.
Se podía decir que, aunque la familia Lucero perdiera toda su fortuna, nunca se morirían de hambre. Con lo que ganaban solo de rentas, era facilísimo superar los cien millones de pesos al año…
Karla, al pensar que algún día todo eso sería suyo, no pudo evitar sacar el pecho y mirar a todos por encima del hombro.
—Agustín, toda esta calle es de la familia Lucero. ¿Por qué tenemos que hacer fila? ¿No podemos ir directo y pedirle al dueño que nos atienda primero?
Agustín le echó una mirada tranquila y luego señaló el banco de la esquina.
—¿Ves ese banco? Está lleno de billetes. ¿Por qué no entras y te los llevas directo?
Karla se quedó callada, roja de rabia por la respuesta de Agustín.
Fabiola apretó los labios, conteniendo la risa con todas sus fuerzas.
Aguantarse la risa dolía más de lo que pensaba…
...
Por fin llegó su turno. Agustín fue a comprar los postres, mientras Fabiola y Karla esperaban a un costado.
—No te emociones tanto —le soltó Karla, mirándola con descaro—. Ya me enteré, Agustín solo se casó contigo porque yo todavía no había regresado. Ahora que estoy de vuelta, tarde o temprano vas a tener que dejarme tu lugar.
Fabiola decidió ignorarla. Con ese tipo de niñas mimadas, era mejor no meterse.
—Yo también estudio en Costa Esmeralda. El abuelo ya me dijo que, cuando regrese, me quede a vivir en la casa de Agustín —Karla seguía con su actitud arrogante—. El señor César solo te sigue aguantando porque tuviste suerte y te embarazaste de la familia Lucero. No va a permitir que ese niño sea un hijo fuera del matrimonio. Así que, apenas nazca, te van a correr.
Fabiola bajó la vista hacia su vientre… No creía haber quedado embarazada tan rápido, ¿o sí?
Si César se enteraba de que no estaba esperando un hijo, seguro la echaba en ese mismo instante.

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