Fabiola no les hizo caso a Karla ni a Paulina y caminó directo hacia la sala.
—Fabiola, más te vale que le marques a Agustín y le digas que ya me perdonaste —soltó Paulina, frunciendo el ceño.
Sus ojos brillaban de rabia y un rencor que no podía ocultar.
Jamás imaginó que Agustín se volvería tan loco, que por culpa de Fabiola… arremetería así contra ella y la empresa de su papá.
—Ya te pagué los daños, ¿no? Más de seis millones pesos, ¿no es suficiente para compensar una herida tan chiquita? Si hasta ni se te nota la cabeza golpeada, ¿verdad? —le tiró Paulina con un tono venenoso.
Antes de que Agustín se lanzara contra la empresa de Héctor, Paulina todavía quería creer que Agustín no sentía nada por Fabiola, que solo la estaba usando para deshacerse del compromiso con la familia Barrera.
Pero el hecho de que Agustín se hubiera puesto así por una simple herida de Fabiola, exagerando todo hasta ese punto, la tenía nerviosa.
¿Qué sentía Agustín en realidad por Fabiola?
¿No se suponía que estaba enamorado de Anahí?
¿Será que ya cambió de parecer?
Paulina apretó la mandíbula. En el fondo, deseaba que Agustín cambiara de opinión, porque si pudo enamorarse de Fabiola, también podría volver a enamorarse de otra.
Pero por ahora, la rabia y la envidia que sentía por Fabiola no la dejaban tranquila.
—Uno siempre debe dejarse una salida, Fabiola, porque si no… —Paulina apretó los dientes y continuó—. El día que él te deje, acuérdate de esto.
Solo quería que Fabiola pensara bien las cosas: si Agustín la dejaba, lo que le esperaba sería el infierno. Había hecho enojar a demasiada gente y sin Agustín, estaría completamente perdida.
—A ver, ¿esa es tu manera de disculparte? —Fabiola le sonrió con tranquilidad—. Nadie sabe qué va a pasar mañana. Eso de que primero sufres y luego disfrutas, quién sabe. Yo prefiero disfrutar el momento. Capaz que ni siquiera llegas a ver el día en que Agustín me deje.
Paulina apretó los puños de la rabia. Ahora sí podía ver a Fabiola de otra manera; nada que ver con la niña buena y sumisa que aparentaba. Ni ella ni Martina la habían entendido.
Era una loca de verdad.
Cuando estaba frente a Agustín y Sebastián, parecía dulce y tranquila; pero en cuanto se quedaba sola, resultaba ser una salvaje.
Lanzarse contra la puerta de una tienda de lujo, romper los cristales del mostrador… ¿Quién haría semejante locura?


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