Pero Fabiola negó con la cabeza.
Sebastián tenía ese afán de controlarlo todo, y Fabiola, siempre alerta, no permitía que nadie se le acercara. Por eso, fuera de Sebastián, no tenía un solo amigo.
Tampoco quería buscar a la Sra. Alejandra del orfanato. Meterse en la comisaría era algo que no quería que la directora supiera, no quería preocuparla.
Justo cuando Carlos ya no sabía qué hacer, el celular de Fabiola vibró.
Era un número desconocido, pero Fabiola supo de inmediato que era Agustín.
Carlos le pasó el celular, esperando que Fabiola encontrara a alguien que pudiera sacarla bajo fianza.
Fabiola vaciló, sus dedos temblaron unos segundos y contestó la llamada.
—Sr. Agustín...
—No te estoy llamando para presionarte —dijo Agustín, con una voz serena, casi como si estuviera platicando de negocios—. Esta noche hay una cena del gremio en la Costa Esmeralda, mi abuelo irá como presidente honorario. ¿Tienes tiempo? Tú pones las condiciones.
Estaba dispuesto a pagar lo que fuera por la compañía de Fabiola esa noche, solo para que el Sr. César se sintiera feliz.
Los dedos de Fabiola se tensaron alrededor del celular, la voz le salió quebrada.
—Sr. Agustín... estoy en un problema. Estoy en la Comisaría La Esperanza, aquí en Costa Esmeralda. ¿Podrías venir a sacarme bajo fianza...?
Silencio.
Del otro lado no hubo respuesta, solo el tono cuando colgaron.
Fabiola bajó el celular, sintiendo el estómago encogido, y miró a Carlos con una disculpa en los ojos.
—Disculpe, Sr. Carlos...
Nadie iba a ayudarla.
Carlos la observó un instante, suspiró y fue a servirle un vaso de agua. Después le indicó a la oficial de guardia que la llevara a la celda.
...
—Oye, Carlos, ¿tú conoces a esa chica? —preguntó la oficial, mirándolo con curiosidad.
—Sí, la conozco —contestó él, sin dudarlo—. Somos amigos.
Decir que la conocía podía servirle de algo a Fabiola, al menos sus compañeros tendrían en cuenta la relación y no serían tan duros con ella.
—¿Y por qué se puso a golpear a la otra persona? —insistió la oficial.
—Porque el otro se lo merecía —soltó Carlos, sin rodeos.
—Buenas tardes, soy el abogado de la señorita Fabiola. ¿Podría informarnos sobre la situación de nuestra representada?
Carlos parpadeó, sorprendido de verlos. Agustín emanaba una presencia imponente, ¿de verdad era amigo de Fabiola?
Pero no importaba. Lo esencial era que por fin alguien se había presentado a ayudarla. Eso le quitaba un peso de encima.
—Por favor, acompáñenme —les indicó.
Llevó a Agustín y al abogado a la sala de mediación.
—Hoy, Fabiola golpeó a una persona en el Grupo Benítez.
Agustín se quedó perplejo. Siempre había pensado en Fabiola como una pequeña indefensa, ¿y ahora resulta que podía defenderse así?
—Fabiola no haría algo así por nada. Seguro hubo provocación —afirmó Agustín, con voz firme.
Carlos le lanzó una mirada y asintió.
—El agredido se llama Benjamín. Hace cuatro años, él fue quien la acosó en la Universidad Costa Esmeralda. Esta vez, aunque Benjamín no la tocó, Fabiola le rompió la cabeza con un florero.
El semblante de Agustín se ensombreció.
—¿Hace cuatro años...? ¿Acoso escolar?

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