El semblante de Adriana se oscureció de inmediato.
—Fabiola, ¿qué quieres decir con eso...?
Bajó la cabeza, luciendo derrotada, y en un segundo se le llenaron los ojos de lágrimas. Adriana tenía una habilidad para el drama que dejaba a Paulina y Karla a años luz; la manera en que podía fingir ser la víctima era casi digna de un premio.
Con los ojos enrojecidos, miró a Sebastián.
—Sebastián, ¿acaso ella me está reclamando por malgastar tu dinero? Tú fuiste quien me ayudó para que pudiera seguir estudiando. Te prometo que algún día te lo voy a agradecer como se debe. Esta ropa... me la compré con una beca, fue un premio para mí misma. Solo la usé hoy porque venía a verte, normalmente ni siquiera me atrevería a ponérmela.
Sebastián frunció el ceño y volteó a ver a Fabiola.
—Fabiola, si estás molesta, descárgalo conmigo. Adriana acaba de entrar a la universidad, es algo importante, no le arruines el momento.
Fabiola soltó una risa cargada de ironía.
¿Te das cuenta? ¿Cómo podría cambiar alguien así?
Como dice el dicho: es más fácil que un río cambie de cauce a que una persona cambie lo que lleva dentro.
Sebastián siempre era igual. Cada vez que Fabiola tenía un conflicto con alguien, él se ponía del lado de la otra persona.
Desde el principio ella le había advertido a Sebastián que no tenía problema con que apoyara a Adriana, pero que solo le diera lo necesario para la universidad, que no le diera tanto dinero para sus gastos. Sabía que a esa edad, las chicas se dejaban llevar por cualquier cosa, y darles mucho dinero podía ser peligroso. Pero Sebastián nunca la escuchó, la tachó de insensible, de tener el corazón duro, y decía que ¿cómo iba a vivir una chica con tres mil pesos al mes?
En ese momento, a Fabiola le había dolido. tres mil pesos “no alcanzan para nada”...
Pero esos tres mil pesos era justo lo que ella ganaba trabajando todo el mes en empleos de medio tiempo.
Sebastián podía notar el sufrimiento de todos, menos el suyo.
Aunque, siendo sinceros, ella tampoco tenía remedio. A pesar de todo, se había quedado con él cuatro años...
—Festejen tranquilos. Seguro que si yo no estoy, la celebración les va a saber mejor —dijo Fabiola poniéndose de pie, lista para irse.


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