—Agustín, si de verdad te quiere, pues está bien... pero el cariño de esa gente millonaria, ¿cuánto puede durar? —la señora Alejandra se veía preocupada mientras decía esto.
—Señora Alejandra, no se preocupe. Yo tengo cómo asegurarme de estar bien antes de que se le acabe el amor —Fabiola le respondió con seguridad, muy tranquila, como si ya tuviera todo calculado.
Ella aceptaba que no tenía nada. Pero tampoco le molestaba esperar y moverse con cautela.
Nunca pensó que usar a un hombre como escalón fuera algo vergonzoso.
Su familia no era poderosa, era cierto. Y también era verdad que necesitaba de un hombre para abrirse camino.
—Yo confío en ti. Aunque pareces frágil, siempre has sido una muchacha con carácter —la señora Alejandra le dio unas palmaditas en la mano, llenas de afecto.
La señora Alejandra se quedó dos días en Costa Esmeralda. Fabiola la acompañó a pasear, compraron regalos para los niños del orfanato y, después, ella misma le compró el boleto de avión.
Durante esos dos días, Agustín ni siquiera llamó. Fabiola tampoco se atrevió a marcarle, temiendo molestarlo.
Pero la falta de contacto empezaba a ponerla nerviosa.
Quería decirle a Agustín que estaba embarazada, pero le preocupaba que en una semana, al hacerse otro estudio, pudiera haber algún problema y él terminara decepcionado.
Así que… decidió no decir nada por ahora.
—Señora Alejandra, cuando llegue al orfanato, me marca, ¿sí? —Fabiola la despidió en el aeropuerto.
—No te preocupes, hija. Mejor vete a descansar, todavía tienes que cuidar al bebé. El principio del embarazo es delicado —le insistió la señora Alejandra.
Fabiola asintió y, después de verla pasar el control de seguridad, se dio la vuelta para irse.
Entre la multitud, un tipo la observaba con saña. Esperó a que Fabiola estuviera en medio del bullicio y, de repente, corrió directo hacia ella para empujarla.
Su objetivo era claro: golpearla a propósito y provocar que perdiera al bebé.
Después de todo, en las primeras semanas, el embarazo era muy delicado.
—¡Cuidado! —justo en el momento del impacto, Agustín apareció de la nada y jaló a Fabiola hacia sus brazos, protegiéndola.
El tipo falló el empujón y terminó en el suelo.
El sujeto miró a Agustín, se notó el miedo en sus ojos, e intentó huir. Pero Emilio lo interceptó y lo tiró al piso—. ¿A dónde crees que vas? ¿Quieres largarte después de intentar atropellar a alguien?
Fabiola seguía en shock, sin poder reaccionar, mirando a Agustín incrédula.
—¿Agustín? ¿Tú... regresaste? —preguntó sin poder creerlo.
Agustín la apretó con fuerza y soltó un suspiro, como si por fin pudiera relajarse.
Se le veía agotado, tenía los ojos enrojecidos y hasta le empezaban a salir algunos pelitos en la cara; claramente no había parado de trabajar.



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