Frida asintió con la cabeza, veintitrés años, la edad cuadraba perfectamente.
—Nuestra Fabiola ha tenido una vida difícil desde pequeña, ya le toca un poco de buena suerte —la señora Alejandra habló con la voz temblorosa, conteniéndose para no llorar—. Cuando era una bebé, alguien la dejó en la puerta de nuestro orfanato. La mayoría de los niños que recibimos ahí tienen alguna condición especial, enfermedades o discapacidades congénitas. Pero Fabiola siempre fue una niña sana y tan bonita… Nunca entendí cómo sus papás pudieron ser tan duros de corazón.
Frida respiró hondo, sintiendo cómo le temblaban los dedos.
Fabiola había sido abandonada en la puerta de un orfanato.
Una niña completamente sana, dejada frente a una institución para niños con necesidades especiales...
Si de verdad sus padres biológicos la habían dejado así, ¿cómo pudieron ser tan crueles?
Fabiola, con lo lista y bien portada que se veía desde chiquita, ¿quién no querría quedarse con una niña así?
—De verdad me alegra mucho por ti, Fabiola. Ahora que estás esperando un hijo de Agustín, parece que tus días difíciles ya van a terminar. Él puede ser medio raro, pero siempre protege a los suyos —Frida sonrió y, con ternura, levantó la mano para acariciarle la cabeza a Fabiola—. Qué chula te ves, niña.
Fabiola bajó la mirada, apenada.
—Gracias…
Apenas terminó de agradecer, Frida enredó un mechoncito de su cabello y se lo arrancó con un tirón. El dolor fue tan agudo que a Fabiola casi se le salieron las lágrimas.
Frida se quedó mirando su anillo, molesta.
—Ay, mira nada más este anillo, siempre estorba. ¿Te jalé muy fuerte?
Fabiola negó rápido con la cabeza. No era tan delicada, solo habían sido unos cuantos cabellos.
—Bueno, si ya no tienen nada que hacer aquí, llévate a la señora a descansar. Ya ni regresen al hotel, mejor vayan directo a casa de Agustín, sobre todo porque tú estás embarazada —Frida hizo una seña al chofer para que las llevara.
—De verdad, no queremos molestar. Nosotras podemos tomar un carro… —Fabiola se sintió incómoda por tanta atención.
—Nada de eso, mujer. Yo también tengo que pasar a hacerme un chequeo, así que el chofer las deja y luego viene por mí. Además, tú ya deberías cuidarte como si fueras un panda en peligro de extinción —Frida rio, insistiendo en que no fuera tímida.
Fabiola no encontró cómo negarse más y salió con la señora Alejandra.
Cuando se quedaron solas, Frida bajó la vista hacia el cabello que tenía en la mano.
No importaba si era o no como sospechaba, primero tenía que hacer la prueba de paternidad.
Frida detestaba las suposiciones; prefería los hechos claros.
Guardó el mechón en una bolsita de plástico y se sentó en una banca para llamar por teléfono.


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