En la habitación, Fabiola estaba parada frente al vestidor, algo indecisa.
—¿Y ahora qué me pongo hoy?
Agustín había prometido llevarla de paseo.
Pensar en una cita... la ponía nerviosa, no podía evitarlo.
—¿Y si usas ese vestido rosa? —Agustín apareció detrás de Fabiola sin que ella se diera cuenta, levantando la mano para ayudarle a elegir su ropa—. Hoy vamos a la playa, este vestido sale hermoso en las fotos. Yo te tomo unas fotos, ¿vale?
Fabiola lo miró sorprendida.
—¿Tú sabes tomar fotos?
Agustín arqueó una ceja, divertido.
—¿A poco no me crees capaz?
El corazón de Fabiola empezó a latirle más rápido. Cada vez encontraba nuevas razones para que Agustín le gustara más...
Un hombre así, era difícil que no te moviera el piso.
Agustín terminó de elegirle el conjunto: un vestido blanco con detalles en rosa, unas sandalias de yute que no le daban miedo al agua, y un sombrero tejido que la protegía del sol y, además, se veía precioso.
Hasta le preparó un bolsito pequeño con cadena, lo justo para llevar maquillaje y lo necesario.
No podía negarlo, el conjunto estaba perfecto para ir a la playa.
Fabiola se puso el vestido feliz y giró delante del espejo... La falda flotaba y caía en ondas ligeras, perfecta, de esas que te hacen sentir como de otro mundo.
Se quedó mirando su reflejo y, por un momento, se quedó en blanco...
Siempre había sido risueña, pero en más de veinte años, pocas veces se había sentido tan libre y genuinamente feliz.
Desde que estaba con Agustín, parecía que podía reírse sin preocuparse de nada, como si el mundo se hubiera vuelto sencillo.
—¿Te gusta? —Agustín le acercó un collar delicado, una cadena fina con una perla blanca en el centro que brillaba sutilmente.
Era sencillo, pero resaltaba la delicadeza de su cara.
Agustín se puso tras ella, la rodeó con los brazos y miró su reflejo en el espejo.



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