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Florecer en Cenizas romance Capítulo 20

Agustín asintió con la cabeza.

—Te llevo de regreso.

Fabiola asintió también y lo siguió en silencio hacia la salida.

—¡Fabiola! —Sebastián no pudo ocultar su enojo. Era la primera vez que Fabiola se atrevía a desobedecerlo de esa forma.

Por un instante quiso ir tras ella, olvidando por completo que todos en la fiesta lo estaban mirando.

Martina, nerviosa, se acercó y le tomó del brazo.

—Sebastián, mi papá y unos amigos están allá, ¿por qué no vienes conmigo a saludarlos?

Ese llamado lo sacó de sus pensamientos. Miró a Martina y asintió, reprimiendo toda la incomodidad que bullía en su interior.

Alrededor, la gente observaba el espectáculo perpleja, incapaz de entender qué clase de relación había entre Sebastián, Agustín y la joven bonita que acababa de irse.

—Ese Sebastián sí que ama a Martina, ¿eh? Es raro ver a alguien tan entregado en este círculo —murmuró una de las chicas del grupo de élite que miraban desde lejos.

—La neta, Martina es de armas tomar. Su familia quería entrar al mercado de Nueva Córdoba, así que se casó con un tipo de allá, y cuando la novedad se terminó, se divorció y regresó aquí para buscar a Sebastián. Todo le sale bien, haga lo que haga —añadió otra, meneando la cabeza con una mezcla de admiración y envidia.

Martina, brillante y astuta, siempre supo cómo moverse para sacar el mayor provecho. Confiaba en que Sebastián la esperaría, sin importar lo que pasara.

Por eso, aunque se hubiera casado y divorciado en el extranjero, ahora que estaba de vuelta en Costa Esmeralda, tenía claro que podría casarse con Sebastián y seguiría siendo la envidia de todas.

Mientras abrazaba el brazo de Sebastián, Martina lanzó una mirada cargada de intención hacia la espalda de Fabiola.

Había subestimado a esa muchacha. No esperaba que tuviera el descaro suficiente para llamar la atención de Agustín.

A pesar de haber vivido fuera todos estos años, Martina nunca dejó de vigilar a Sebastián. Sabía que los hombres solían dejarse llevar por sus impulsos, así que cuando supo de la existencia de Fabiola, no le dio importancia. No veía a esa muchacha como una amenaza real.

Estaba convencida de que, en cuanto regresara, Sebastián volvería con ella. Por eso, nunca intervino antes.

Pero ahora que estaba de regreso, tenía que hacer que Fabiola se alejara por voluntad propia.

En el departamento de Fabiola.

Agustín la había llevado de regreso en su carro.

—Señor Agustín, gracias por todo lo de hoy —agradeció Fabiola al bajar del carro, inclinándose en señal de respeto.

No solo le agradecía que la hubiera ayudado a salir de la comisaría, también lo que hizo por ella en la fiesta.

—Mi propuesta sigue en pie. Si decides aceptarla y casarte conmigo, solo avísame —dijo Agustín, dándole una salida.

Fabiola no lo rechazó de inmediato. Sabía que, si las cosas se ponían difíciles, esa oferta podría ser su única alternativa.

Agustín se marchó y Fabiola entró a su pequeño departamento.

Al mirar el lugar, una sensación de vacío la invadió.

Cuatro años atrás, Sebastián la sacó del hospital y la trajo aquí. Le dijo que este sería su hogar de ahora en adelante.

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