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Florecer en Cenizas romance Capítulo 206

Karla empezó a sentirse nerviosa; al fin y al cabo, ella no era la hija legítima de la familia Barrera. En ese momento le vino a la mente el consejo de Paulina: debía mantener un perfil bajo.

—¿Así que la hija de la familia Barrera?— Regina soltó, con una mirada desdeñosa posada en Karla—. Qué vergüenza que dejen salir a alguien tan malcriada. Si no fuera porque Roberto la respalda, ni siquiera le hubieran dado invitación.

Regina cruzó los brazos, desafiante.

—¿Te vas sola o prefieres que mande a alguien a sacarte?

Karla, desesperada, solo pudo mirar a Frida buscando ayuda.

—Tía…— su voz tembló, casi al borde del llanto.

Esperaba que Frida hiciera algo por ella.

Frida suspiró, resignada.

—Karla, no es que no quiera ayudarte, pero lo que dijiste… Vaya, tocaste justo donde duele. No puedo hacer nada— comentó con pesar—. Capaz que hasta me metes en problemas. Al rato ni de amigas podremos seguir.

Las palabras de Frida sonaron tan duras que Karla palideció aún más, sintiendo que el suelo se le iba.

—Mejor vete a casa— sugirió Frida, bajando la voz.

Paulina había planeado que Karla viniera hoy para hacer relaciones con chicas de familias importantes. Si la echaban antes de que la fiesta iniciara, se convertiría en la burla de todo el círculo social. ¿Cómo podría volver a aparecer en público después de eso?

Karla, cada vez más angustiada, volteó a ver a Agustín.

Fabiola, abrazada del brazo de Agustín, la miró con aparente inocencia, como si no supiera nada.

Agustín ni siquiera se inmutó.

Martina, viéndolo todo, no aguantó más.

—Agustín, di algo por Karla, ¿no ves que era tu prometida…?

Agustín la interrumpió con un tono seco.

—Señorita Martina, apenas entramos y tú andabas presumiendo que eran las mejores amigas— le lanzó—. Mejor ayúdala tú. Yo ya estoy casado; lo de la promesa quedó en el pasado.

Martina se mordió los labios, apretando los puños. No se atrevía a volver a enfrentar la mirada de Regina, porque ser hija del presidente de la Cámara de Comercio todavía pesaba en Costa Esmeralda.

—Martina…— Karla apenas y pudo contener las lágrimas.

Martina, resignada, murmuró apenas audible:

—Karla, mejor vete a casa.

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