Universidad Costa Esmeralda.
Fabiola no volvió al Grupo Benítez, una lástima, porque todavía le debían medio mes de salario.
Aquel bolso que compró por capricho, lo vendió por cuarenta mil pesos, y Fabiola depositó todo ese dinero en la cuenta del orfanato para apoyo social.
Apenas hizo la transferencia, la señora Alejandra la llamó de inmediato.
La señora Alejandra era la directora del orfanato. Llevaba años dedicando su vida a esos niños que habían sido abandonados, sin marcharse nunca del orfanato.
El orfanato estaba en un pueblo pequeño, así que casi nadie en la sociedad se fijaba en ellos. Muchos de los niños habían sido abandonados por tener alguna discapacidad, así que la presión sobre la señora Alejandra era aún mayor.
No solo tenía que cuidar a los niños, sino también llevarlos al doctor cuando se enfermaban.
—Fabiola, ¿otra vez le mandaste dinero al orfanato? —preguntó la señora Alejandra, con ese tono que se debatía entre la gratitud y la preocupación.
—Junté un poco de dinero —contestó Fabiola, sonriendo para no preocuparla, dándole un aire ligero a la conversación—. Señora Alejandra, cuídese mucho, por favor.
—Ay, niña, ya te he dicho que no hace falta que mandes más dinero. Mejor guárdalo para ti, que tienes que ahorrar para irte a estudiar fuera.
Al escuchar eso, Fabiola se detuvo un instante. Solo alcanzó a murmurar un “sí”.
Tenía razón. Irse a estudiar al extranjero costaba una fortuna. Aunque la universidad le ofrecía un pase directo, cada año tenía que juntar decenas de miles de pesos solo para su manutención.
Además, al irse con visa de estudiante, solo podía trabajar pocas horas al día. Ni eso le alcanzaría para cubrir todos los gastos.
—Fabiola, cuídate mucho, ¿sí? —añadió la señora Alejandra, como si acabara de recordarlo—. Por cierto, hace poco vinieron unas parejas buscando a sus hijos. Según lo que contaron, su historia se parece mucho a la tuya. Las autoridades ya los llevaron a hacerse la prueba de parentesco. No sé si esta vez tengas suerte y logres encontrar a tus padres biológicos.
Una sombra de tristeza cruzó los ojos de Fabiola. Ella ya no se hacía ilusiones.
Desde niña, había soñado miles de veces con que sus papás biológicos venían a buscarla…
Pero cada vez, al despertar, la realidad la aplastaba.
Era una niña que había sido abandonada en un orfanato. ¿Cómo iba a llegar alguien a buscarla?
—Sí… sí, ese lugar debería ser tuyo. Pero… la universidad quiere hacer una evaluación más completa. Tú… aunque tienes las mejores calificaciones, en convivencia e historial familiar… te quedas un poco corta.
Los ojos de Fabiola se llenaron de lágrimas.
—Antes no mencionaron nada de evaluaciones extras. Usted me dijo que viniera hoy a llenar la solicitud. Si pasó algo, dígame la verdad.
Sentía la respiración entrecortada, intentando aguantar las lágrimas.
—Perdón… —el profesor suspiró con resignación—. Fue una decisión de la administración. El lugar… se lo dieron a Ximena.
Las lágrimas brotaron de inmediato. Fabiola no pudo evitarlo.
Luchó durante tanto tiempo, ese lugar siempre fue suyo.
¿Por qué, después de todo, alguien más se lo arrebataba?
—¿Por qué? ¡El lugar para estudiar fuera se decide por los trabajos y las calificaciones! —reclamó, la voz temblándole—. ¡Ximena no tiene mejores notas que yo!

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