Del otro lado de la línea, la voz de Sergio sonaba cargada de ira.
—Agustín, te llamo por consideración, después de todo, soy tu padre biológico. Todo lo de la familia Lucero me corresponde a mí antes que a ti.
—Je... —Agustín soltó una risa burlona—. Cuando te largaste de la familia Lucero, solo dejaste cientos de millones en deudas. ¿Por qué no las pagas primero antes de querer hablar de derechos?
—¡Tú...! —Sergio, encendido de coraje, quiso seguir discutiendo, pero Agustín colgó el teléfono sin pensarlo dos veces.
Fabiola, con expresión preocupada, se acercó a Agustín.
—¿Pasó algo?
Agustín le sonrió, despreocupado.
—Nada grave, una llamada de un estafador. Dice que es mi papá.
Fabiola suspiró aliviada.
—Qué descarados esos estafadores. Ni siquiera saben que tu papá ya falleció.
Agustín solo sonrió de lado y no dijo nada más. La sombra que había dejado Sergio en su ánimo se disipó poco a poco al mirar a Fabiola.
...
Fabiola estuvo tres días internada en el hospital y luego Agustín la llevó de vuelta a casa.
Agustín aplazó sus compromisos laborales, trabajando desde casa para cuidarla.
En ese tiempo, la policía llamó a Fabiola por el asunto de Vanessa.
El caso de Vanessa seguía sin resolverse: Fabiola, como víctima, no quería presentar cargos; Agustín, quien denunció, no retiraba la acusación, y Vanessa, la responsable, se negaba a abandonar la comisaría...
Era una especie de empate en el que nadie cedía.
—Agustín... Ya no sigas con lo de Vanessa, ¿sí? —Fabiola asomó la cabeza por la puerta del estudio, hablando en voz baja, como quien no quiere molestar.
Agustín cerró su computadora y la miró de frente.
—Ser indulgente con quien te hizo daño es ser injusta contigo misma.
Fabiola se quedó callada, mirando al suelo. Sabía que Agustín tenía razón, que no debía sentir lástima por Vanessa, aunque la muchacha le daba algo de pena.
—Pero, en el fondo, a quien debería de verdad guardar rencor es a Anahí, no a Vanessa... —susurró Fabiola, sintiéndose insegura.

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