Sergio miró a Agustín, que se acercaba con paso firme, y se quedó completamente sorprendido. Tantos años sin verlo y el niño de antes ya se había convertido en todo un joven… Además, la presencia de Agustín imponía tanto que Sergio no se atrevía ni a mirarlo directo a los ojos.
—Sr. Agustín, le presento al señor Sergio, su padre. Fue el Sr. Sebastián quien me pidió que los trajera a todos —comentó el asistente de Sebastián, tratando de mantener una sonrisa amable.
Sebastián lo había hecho con toda la intención, quería que Agustín supiera que él también podía meterle problemas.
Agustín soltó una carcajada burlona, pensando que Sebastián estaba actuando como un niño.
¿De verdad creía que trayéndole un papá y un “hermano barato” iba a lograr que el Grupo Lucero terminara igual que la familia Benítez?
—Vayan y díganle a su Sr. Sebastián que, si él dejó meter a su hijo ilegítimo al Grupo Benítez, fue porque no pudo con el paquete, porque es un inútil. Pero eso no significa que todos los demás sean igual de inútiles —sentenció Agustín, con un tono tan seco que el asistente ya no supo cómo reaccionar.
El asistente solo pudo asentir, tragando saliva, y de inmediato arrancó el carro para irse lo antes posible.
Fabiola veía a Sergio y su familia con asombro. ¿Padre? ¿No que el papá de Agustín había muerto?
—¿Tú eres Agustín? Ya creciste un montón —dijo Sergio, y enseguida intentó entrar a la casa acompañado de su esposa.
Agustín le bloqueó el paso alzando la mano.
—Esta es mi casa. Si entran sin permiso, puedo llamar a la policía y hacer que los arresten.
El gesto de Sergio se torció de molestia.
—Agustín, soy tu papá. Todo lo que tienes ahora te lo di yo.
Elvira no tardó en meter su cuchara.
—¡Él es tu papá! ¿Cómo no vas a dejarlo entrar a su propia casa?
Elvira comenzó a mirar la mansión con descaro.
—Agustín, ¿verdad? Seguro tienes un montón de casas. Esta déjasela a tu hermano, le queda cerca de su escuela.
Gastón se sintió avergonzado y empezó a inquietarse.

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