Después de regresar de la biblioteca con los libros prestados, Fabiola quiso contactar a Agustín. Sostuvo el celular en la mano, la pantalla iluminada, pero, tras mucho dudar, no se atrevió a marcarle.
Permaneció en silencio un buen rato, hasta que por fin apagó el celular.
No podía pretender tenerlo todo a la vez.
Sentía que estaba exigiendo demasiado.
Al final, ella solo era la esposa por contrato; el niño también era solo parte de ese acuerdo. No tenía sentido esperar que Agustín hiciera más de lo pactado.
...
—Señora, ya llegamos —avisó el chofer cuando dejaron a Fabiola frente a la casa.
Ella volvió en sí, asintió y bajó del carro.
—Fabiola...
Vanessa apareció de nuevo.
Fabiola la miró con recelo.
—Por favor, ya no vuelvas a venir.
Los ojos de Vanessa se llenaron de lágrimas.
—Fabiola, perdóname —dijo en voz baja, la voz entrecortada.
Agachó la cabeza, conteniendo el llanto.
—Sé que no me vas a perdonar, y sé que fuiste tú quien le pidió a mi tío que me diera otra oportunidad. Si tú no hablabas, él jamás me habría dejado ir tan fácil... Ya solicité irme a estudiar fuera, pienso irme de Costa Esmeralda. No volveré a aparecerme frente a ti.
Fabiola guardó silencio.


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