Él pensó que Gastón seguía siendo un muchacho, así que no valía la pena gastar saliva discutiendo con él. Sergio y su esposa sabrían cómo persuadirlo.
—Si para avanzar más rápido hay que convertirse en ladrón y quitarle a los demás lo que es suyo, prefiero mil veces vivir sencillo toda la vida. Aunque termine siendo un empleado más, al menos sé que me gano la vida por mi propio esfuerzo y puedo mirarme al espejo sin remordimientos —Gastón se levantó, su voz resonó firme y decidida.
Sebastián se detuvo, meditando sus palabras.
No podía negar que sentía cierta admiración por Gastón, pero lamentaba que aún fuera tan joven.
Todos pasan por ese momento en que creen que los sueños y la dignidad están por encima de todo, que nunca se inclinarán ante la realidad. Pero la vida, tarde o temprano, se encarga de limar esas aristas.
...
Ciudad de la Luna Creciente.
Agustín no había regresado para ver al abuelo ni a Sergio, tal como Fabiola lo había advertido. Sabía que la familia Lucero iba a unirse para enfrentarlo y proteger a Gastón.
Pero Agustín no pensaba quedarse de brazos cruzados.
En su momento, cuando el Grupo Lucero estaba al borde del abismo, fue él quien lo rescató y lo llevó hasta la cima donde se encontraba ahora. ¿Decían que dentro del Grupo Lucero no tenía aliados? Eso era una burla.
Los tíos y primos lejanos de la familia Lucero andaban tan inquietos porque, a pesar de llevar sangre Lucero en las venas, ninguno tenía un puesto importante dentro del grupo.
En cambio, Agustín se había encargado de colocar a su gente de confianza en cada posición clave del Grupo Lucero.
Por eso César le temía. Por eso dudaba en dividir la herencia y pasarle parte de los bienes a Gastón.
César entendía mejor que nadie de lo que era capaz Agustín.
Ese nieto suyo ya se le había salido de las manos.

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