La familia Benítez
Sebastián salió del baño y, al regresar a la habitación, vio a Martina sentada al borde de la cama. Su celular descansaba a un lado, brillando con una notificación que nadie parecía dispuesto a leer.
Sin pensarlo demasiado, Sebastián se acercó y le acarició la cara con suavidad, tratando de tranquilizarla.
—No te preocupes, Fabiola es un poco infantil, pero va a aceptar dejarle la oportunidad a Ximena —le aseguró, aunque él mismo no estaba tan seguro de eso.
Martina asintió, se levantó despacio y lo miró de frente.
—Sebastián, cuando me pediste que me casara contigo... no acepté, no porque no te ame. Es que ahora traigo un mundo de cosas en la cabeza.
Él la miró con atención y asintió.
—Te entiendo.
De pronto, Martina lo abrazó con fuerza, como si no quisiera dejarlo ir.
—Sebastián... hoy quiero quedarme contigo —susurró, cargando sus palabras con un dejo insinuante mientras lo miraba, buscando sus labios.
Sebastián casi cede ante el impulso, pero de repente, por un instante fugaz, el recuerdo de Fabiola atravesó su mente.
A Fabiola también le gustaba buscarlo en esos momentos de pasión, siempre era ella quien lo besaba primero, pero él acababa esquivándola una y otra vez.
Aturdido por la confusión, Sebastián reaccionó sin pensar y apartó a Martina.
Martina cayó de espaldas sobre la cama, mirándolo incrédula. Su orgullo no le permitió quedarse callada y los ojos se le llenaron de lágrimas al instante.
Sebastián entró en pánico.
—Martina… no es eso, de verdad. Es que… siento que todavía no eres mi esposa, no quiero...
Martina se levantó, dándose la vuelta para que no la viera llorar.
—Descansa, ¿sí?
Sin esperar respuesta, salió de la habitación.
Sebastián, frustrado, le dio una patada al bote de basura y se golpeó la frente con el puño. ¿Se había vuelto loco? ¿Por qué en ese instante tenía que pensar en Fabiola?
Ahora, por no hacerle caso, había terminado metida en un lío enorme.
Mientras pensaba en cómo darle una lección, bajó las escaleras, apretando el celular.
—Sr. Sebastián… Revisé todo y parece que… que fue Ximena quien le pagó a unos compañeros para que subieran esos mensajes —soltó el asistente, algo nervioso.
El gesto de Sebastián se endureció. Ximena… solo se sentía poderosa porque era prima de Martina.
—Habla con esos compañeros, dales una advertencia y elimina esas publicaciones como sea —ordenó con voz seca—. También contacta a la directora del orfanato de Fabiola. Que la convenza de no ser tan obstinada, siempre hay cupos para salir del país cada año, no tiene sentido que se aferre justo a este.
El asistente dudó.
—Pero, señor, ¿no fue usted quien me pidió que hoy mismo llamara al departamento de supervisión para exigir una auditoría en el orfanato? Incluso solicitó que los obligaran a mudarse a nuevas instalaciones por seguridad.
Sebastián se detuvo en seco.
—¿Quién te dijo que hicieras eso?
El orfanato era la última línea que Fabiola no permitiría cruzar. Él había pensado pedirle a la directora que la aconsejara, pero jamás había considerado hacerle daño a los niños del orfanato...

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