El asistente se puso nervioso de inmediato, y del otro lado del teléfono, apenas pudo articular palabra.
—E-es… es la señorita Martina, d-dijo que usted me mandó a buscar a la gente del orfanato.
Sebastián se quedó helado un instante. Martina…
—Ya entendí —colgó la llamada y se frotó el entrecejo.
Era cosa de Martina. No podía descargar su enojo en ella; al final, él había sido quien la decepcionó primero. Además, estos cuatro años… lo suyo con Fabiola nunca fue del todo limpio, así que si Martina se desquitaba con Fabiola, tampoco es que Fabiola fuera una santa.
...
En el pequeño hostal.
Fabiola estaba sentada en la cama, sin pizca de sueño.
Martina estaba usando el orfanato como amenaza. Mañana, sí o sí, tendría que ir al Club Bahía Privada.
Lo único que no sabía era qué planeaba Martina exactamente…
¿Quería intimidarla, o iba a dejar que Benjamín y los otros la golpearan y la siguieran maltratando?
Respiró hondo. Esta vez, Fabiola no pensaba ceder.
Iba a prepararse para todo.
De pronto, —¡Pum!— un golpe fuerte en la puerta.
—Fabiola, ábreme —era la voz de Sebastián.
Fabiola no respondió, ni se movió para abrirle.
—Fabiola, sé que estás ahí —la voz de Sebastián ya sonaba molesta.
Aun así, Fabiola no hizo caso.
Del otro lado, todo quedó en silencio. Fabiola pensó que Sebastián se había ido, pero no pasó mucho tiempo antes de que la dueña del hostal subiera y abriera la puerta para él.
—Mira nada más, tan bien vestido y con lana, ¿por qué dejas que tu novia se quede en un lugar tan sencillo? Por lo menos cámbiala a una de las habitaciones grandes, con ventana —le reclamó la dueña a Sebastián.
Pero para Fabiola, esas palabras eran veneno.
El que la había hecho pedazos era él, el que la había maltratado era él.
Y sin embargo, ahí estaba, disfrazando su papel de victimario, pretendiendo ser su salvador. Una y otra vez, tratando de hacerla sentir culpable, convenciéndola de que todo era por su culpa, de que ella no era suficiente.
—Sebastián… ya no soy la muchacha de diecinueve años que creías poder manipular —Fabiola lo empujó y lo miró directo a los ojos—. Entre nosotros ya no hay nada, así que deje de buscarme, deje de fingir que le importo… Le deseo lo mejor en su boda, ojalá nunca volvamos a cruzarnos.
Habló con una determinación que no dejaba lugar a dudas. Después de que Sebastián eligió una y otra vez a Martina, empujándola al límite cada vez…
El amor se le había acabado.
Y no pensaba seguir esperando a que Sebastián cambiara.
—¡Fabiola! —Sebastián perdió el poco control que le quedaba. Le sujetó la quijada, obligándola a mirarlo—. ¿Vas a seguir desafiándome?
La empujó sobre la cama. Aunque detestaba la habitación del hostal, no pudo evitar querer "darle una lección" a Fabiola.
Solo en la cama lograba que ella le obedeciera.

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