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Florecer en Cenizas romance Capítulo 301

A los tres años, ya se valía por sí mismo; a los cinco, se subía en un banco para prepararse de comer; y a los siete, ya podía ir al muelle a ayudar recogiendo el marisco que se caía de las cajas.

El cariño familiar que le faltó, sabía que jamás podría recuperarlo de Sergio y Elvira.

Sobre todo esta vez, cuando Elvira apostó su propia vida para engañar a Gastón. Eso hizo que Gastón lo entendiera de una vez: los perros nunca dejan de comer basura, y hay cosas en las personas que no cambian, por mucho que pase el tiempo.

La primera vez que vio a Agustín, lo que sintió fue puro dolor.

No le daba envidia que su hermano tuviera el derecho a heredar la fortuna de la familia Lucero; lo que le dolía era que su hermano hubiera sido abandonado por Sergio desde niño.

Solo le pesaba haber acaparado todo el cariño de su papá. Aunque… para ser sincero, tampoco es que hubiera recibido mucho afecto, pero al menos Sergio lo vio crecer.

—Hoy yo invito, ya después tú me invitas, ¿sale? —La tensión de Agustín se fue disipando, su expresión ya no se veía tan dura como al principio.

Gastón sonrió de oreja a oreja y asintió.

—Va.

Se pasó un buen rato eligiendo, pero ni de chiste halló un plato que costara menos de trescientos pesos. Hasta la guarnición más sencilla costaba trescientos ochenta…

Agustín notó lo incómodo que estaba Gastón y levantó la mano para llamar al mesero.

—Tráenos la especialidad de la casa.

El mesero asintió rápido y les preguntó con amabilidad:

—¿Alguno de ustedes tiene alguna restricción para comer?

—No comemos pescado sin escamas…

Agustín y Gastón respondieron al mismo tiempo.

Gastón, que creció en un pueblito costero, casi se muere de niño por una alergia a las proteínas de los pescados sin escamas de aguas profundas. Aunque ya no era tan grave, siempre se cuidaba mucho.

Agustín también era alérgico desde pequeño a ciertos alimentos con proteínas raras, y lo del pescado sin escamas era especialmente delicado.

El mesero les sonrió con complicidad.

—Sí que son hermanos de verdad, no solo se parecen, hasta en las alergias coinciden.

La cara de Agustín se endureció de nuevo; pensó que el mesero hablaba de más.

Gastón tampoco dijo nada, se quedó mirando sus manos, incómodo, ni siquiera se atrevía a sacar el celular.

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