La cara de Martina se ensombreció de inmediato; toda esa fachada de dama refinada que había mostrado antes se desmoronó, reemplazada por una histeria descontrolada.
—¿Qué están esperando? ¡Quítenle el celular!
Los tipos que la acompañaban se lanzaron sobre Fabiola y le arrebataron el celular, apagando la transmisión en vivo.
Martina, fuera de sí, tomó el celular y al ver la cantidad de espectadores —más de cien mil—, perdió el control y le cruzó la cara a Fabiola con una bofetada.
Fabiola soltó una leve risa.
Estaba en terreno de Martina; escapar era imposible.
Pero su objetivo ya estaba cumplido.
Y además, ver cómo Martina perdía por completo esa imagen de “niña bien” que tanto presumía, le quitó un peso de encima a Fabiola.
Tanto presumir de ser una princesa de familia millonaria… y al final, no era más que eso.
Antes, Fabiola solía sentirse inferior cada vez que veía a Martina. Pensaba que Martina era la protagonista de la vida, la que había nacido para tenerlo todo: la mejor educación, el apellido más pesado, la fortuna a sus pies.
Pero ahora, al mirarla, solo podía ver a una persona despreciable.
—¡Pah!— Martina, sin poder calmarse, ordenó que la sostuvieran y le soltó otra bofetada a Fabiola, incapaz de quedarse tranquila. —¿De veras crees que no sé lo tuyo con Sebastián? Fabiola, no eres nadie, eres una huérfana. Si quiero, te desaparezco de la noche a la mañana.
Fabiola se rio de nuevo, mirando a Martina como si viera el reflejo de Benjamín, el mismo que la había acosado años atrás.
Sí, vaya que eran hermanos.
—¡Enciérrenla! ¡Y que vengan los de relaciones públicas de inmediato!— Martina estaba tan nerviosa que hasta le temblaban las manos. Tantos años construyendo una reputación para que Fabiola la hiciera polvo en minutos.
A Fabiola la arrojaron a un cuarto oscuro y polvoriento, a esperar a la policía.
Ella había llegado transmitiendo en vivo. Todos los que estaban viendo cómo le quitaban el celular habrían visto las caras de quienes la agredieron; seguro alguien ya habría llamado a la policía.
Y además, durante la transmisión, había dicho bien clarito el nombre: Club Bahía Privada.
…
—¡Pum!— La puerta del cuarto se abrió de una patada y Benjamín entró tambaleándose, apestando a alcohol.
Martina lo había mandado llamar.
No podía ensuciarse las manos directamente con Fabiola, pero su hermano estaba ahí mismo, bebiendo en el privado del club.
—¿Así que te atreviste a meterte con mi hermana? ¿De verdad crees que eso hará que Sebastián se case contigo? ¡Él solo se va a casar con mi hermana! Hoy mismo te voy a borrar del mapa y a él ni le va a importar.— Benjamín se acercó furioso, la agarró de la ropa y le soltó una sonrisa cruel. —Tantos años detrás de Sebastián, ¿de verdad piensas que no puedo hacerte nada, imbécil?
Empezó a romperle la ropa, soltando insultos y groserías.
En ese cuarto cerrado, Fabiola, en vez de huir, se quedó quieta. No sentía miedo.
Descubrió que, cuando uno está dispuesto a arriesgarlo todo, los monstruos dejan de dar miedo y solo quedan en ridículo.
Dejó que Benjamín la empujara al suelo, que le tundiera la cara a golpes, que le desgarrara la ropa…
—Recibimos una denuncia, no se metan en nuestro trabajo.
—Obstruir la justicia es motivo de arresto.
Fabiola agradeció haber ido antes a la comisaría a ver al señor Carlos…
—¡Malditos!
Fabiola pensó que el primero en ayudarla sería la policía.
Pero al que vio derribar a Benjamín fue a Agustín…
¿O estaría alucinando?
—¡Fabiola! ¡Fabiola!
…
No supo cuánto tiempo había pasado. Cuando despertó, ya estaba en una habitación individual del hospital, de esas para pacientes VIP.
Fabiola no podía creerlo. Intentó sentarse, pero el dolor en el hombro la obligó a quedarse quieta.
Benjamín no había tenido compasión.
—Por fin despiertas.— Agustín seguía ahí. Cuando la vio abrir los ojos, se levantó con el ceño fruncido. —¿En qué estabas pensando cuando fuiste al Club Bahía Privada? ¿Creíste que por estar transmitiendo nadie te tocaría? ¿Te parece que eres muy lista?

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