Fabiola pasó la noche entera en vela. Irónicamente, justo cuando empezó a amanecer, por fin logró quedarse dormida.
En sus sueños, se vio a sí misma de niña. Recordó a una pareja que prometió adoptarla. Se la llevaron del orfanato, pero al poco tiempo la mujer quedó embarazada. Cuando tuvieron a su propio hijo, ya no quisieron seguir criando a Fabiola. Así que la devolvieron al orfanato, como si fuera un paquete sin importancia.
No era la primera vez que la abandonaban.
Fabiola había sido rechazada tantas veces que ya ni las podía contar.
La dejaron sus padres biológicos apenas nació. Después, cada año, aparecía alguna pareja reclamando que era su hija, haciéndola ir a pruebas de ADN.
Cada año, con el corazón en la mano, Fabiola esperaba... Esperaba el resultado de la prueba, esperaba que, por fin, sus verdaderos padres vinieran por ella y la llevaran a casa.
Pero siempre terminaba igual, con el alma hecha pedazos.
Hasta que entró a la universidad, y ahí fue cuando dejó de hacerse ilusiones sobre sus padres biológicos...
Fue entonces cuando apareció Sebastián.
...
—No me toques...
Fabiola se revolvía en la pesadilla.
Alguien se coló en silencio al cuarto, se acercó a su cama y sacó de su bolsillo una jeringa. Quería inyectarla a través del catéter que tenía en la muñeca.
Alguien quería acabar con Fabiola.
—Cada quien paga lo que debe... Si te mueres, no me culpes a mí, culpa a tu existencia que estorba a los que quieren heredar... —susurró esa persona, mientras insertaba la aguja en el catéter de Fabiola.
Justo cuando estaba por empujar el émbolo, Carlos entró cargando el desayuno.
—¡Oye! ¿¡Qué estás haciendo!? —gritó Carlos.
La persona se sobresaltó, soltó la jeringa y, en medio del pánico, empujó a Carlos para escapar. La jeringa quedó tirada al borde de la cama.
Fabiola despertó de golpe, respirando agitadamente. Miró a Carlos correr tras el atacante. ¿Qué demonios había pasado?
Sus ojos bajaron a la jeringa junto a su mano y sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
Carlos salió disparado tras el atacante, pero no logró alcanzarlo. De inmediato llamó a la estación para reportar lo sucedido: alguien había intentado asesinar a Fabiola.
—¿Y si sí fue la familia Gallegos? Benjamín acaba de lastimar a Fabiola —comentó Carlos con su compañero.
El compañero miró a Fabiola.
—¿Tienes algún otro enemigo aparte de la familia Gallegos?
Tomaron la jeringa.
—Esto lo mandaremos a analizar.
—No... —Fabiola negó con la cabeza.
Aparte de la familia Gallegos, Renata y Silvia, no tenía enemigos. Y esas tres estaban en el mismo barco; no serían tan estúpidas de matarla.
—Tampoco creo que haya sido la familia Gallegos... Si me hacen algo ahora, solo se echan la soga al cuello...
Carlos asintió. Tenía sentido.
Todavía intranquilo, decidió quedarse en la habitación con Fabiola.

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