De la familia Robles, Fabiola no sabía demasiado, pero sí había oído algunas historias. Todos comentaban que la familia Robles había hecho su fortuna gracias al comercio exterior. Los grandes puertos de Costa Esmeralda y Ciudad de la Luna Creciente eran herencia de sus antepasados.
La familia Robles no solo tenía sus propios puertos, sino que también controlaba rutas de transporte en varios países del extranjero. Por eso, hace más de treinta años, más de la mitad del comercio internacional del país dependía de sus puertos. Los Robles ganaban enormes sumas con las comisiones; su riqueza crecía sin límites.
Después, Roberto construyó el puerto más grande de Ciudad de la Luna Creciente en el extremo oeste de la ciudad. Al poco tiempo, Agustín, tras unirse al Grupo Lucero, estableció nuevas rutas comerciales en la zona este. Solo así se logró romper el monopolio que la familia Robles tenía en el comercio de exportación.
Si uno se pone a pensarlo, la familia Robles sí tenía razones para guardar rencor tanto a los Barrera como a los Lucero.
Sin embargo, en los últimos años, los Robles se mantuvieron discretos, sin mezclarse con los Lucero ni los Barrera.
—La situación con la familia Robles es bastante complicada. Si queremos investigar, no va a ser nada fácil —le comentó Agustín mientras abrazaba a Fabiola para tranquilizarla—. No te preocupes, voy a averiguar todo lo antes posible.
—Violeta seguro sabe quién está detrás —susurró Fabiola.
La razón por la que no había corrido a Violeta era precisamente para averiguar cuáles eran las intenciones y el verdadero objetivo de quienes la manipulaban.
—Violeta solo es una pieza menor, ni siquiera tiene acceso al verdadero jefe detrás de todo esto —le explicó Agustín, acariciando el cabello de Fabiola—. La persona con la que más contacto tiene es Paulina. Vigilarla no nos va a servir de mucho, pero igual hay que andar con cuidado.
Fabiola se quedó pensativa. Así que Violeta solo era un peón más. Entonces, el supuesto gran jefe detrás de Violeta no era otro que Héctor.
Arrugó la frente y comprendió de inmediato: si Violeta no tenía mayor peso, ya no hacía falta soportarla.
Solo tenía que encontrar la forma de deshacerse de ella.
Fabiola resopló y se acomodó en el pecho de Agustín.
—Esa Violeta debe estar mal de la cabeza, se cree la dueña de la casa y todavía quiere quedarse con tu herencia... Me dan ganas de darle una lección.
Agustín soltó una carcajada.

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