Apenas Sebastián terminó de hablar, el silencio inundó la sala. Nadie osó decir ni una palabra; ninguno quería meterse en problemas.
—El que no quiera quedarse, puede irse ya. Nadie está obligado —la voz de Sebastián sonó grave, casi como una advertencia.
Él había organizado esa reunión más que nada para que Julián viera que su relación con Agustín seguía firme. Si Agustín invertía, Julián terminaría entregando las acciones y el control de la empresa. Pero viendo la actitud de los presentes, no tenía caso seguir fingiendo.
Uno de los asistentes, un tipo que antes se desvivía por quedar bien con Sebastián, se atrevió a hablar:
—Mire, señor Sebastián, no es por negar su invitación ni nada, pero ahorita Agustín está en el ojo del huracán... y, la neta, yo no quiero meterme en ese lío. Además, justo acaban de avisarme que mi esposa dio a luz. Tengo que regresar a casa.
Ni bien terminó de hablar, los demás aprovecharon la excusa y se levantaron uno tras otro. El miedo a ser asociados con Agustín era más fuerte que cualquier interés.
Hasta hacía poco, toda esa gente se peleaba por un puesto a su lado. Ahora, corrían antes de que la tormenta los alcanzara.
Sebastián soltó una carcajada desdeñosa. Al fin y al cabo, ya había entendido la realidad de ese círculo: no existía el afecto verdadero, solo el interés personal.
...
Cuando Agustín regresó, encontró la sala vacía, salvo por Sebastián. No se sorprendió en absoluto; de hecho, ya lo esperaba.
De todos modos, él solo había ido a hablar de negocios con Sebastián.
—Tienes que apurarte en tomar el control de Grupo Benítez —le dijo Agustín, arrugando el entrecejo—. No puedes permitir que ese grupo se convierta en otra amenaza.
—Estoy haciendo todo lo posible —afirmó Sebastián, asintiendo.
—Últimamente, hay demasiada gente siguiendo cada paso que doy. No solo la familia Benítez, hay más intereses metidos. Si algo me llega a pasar, necesito que cuides de Fabiola —la voz de Agustín se volvió aún más seria.
Tenía que estar preparado para lo peor.
—Fabiola está embarazada —continuó Agustín, bajando la voz. Hasta ahora, no se lo había contado a nadie, buscando protegerla del peligro.
Pero ya no podía seguir guardando el secreto.
Él no confiaba en muchos, pero Sebastián era la excepción. Sabía que por Fabiola, Sebastián movería cielo y tierra.


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