Casa de Agustín.
Cuando Agustín regresó, la casa ya estaba llena del aroma delicioso de la cena.
Fabiola, aunque a simple vista parecía frágil, tenía una fortaleza y terquedad que nadie imaginaba. Estar al lado de Agustín le daba un sentido de protección, por eso siempre pensaba en cómo construir una buena vida junto a él.
Su entorno la había hecho así; la falta de cariño la empujó a enfocarse demasiado en las personas que le importaban. Pero, irónicamente, cuanto más se aferraba, menos podía soportar la idea de perderlas algún día.
—¡Amor! —al ver a Agustín entrar, Fabiola dejó los platos y corrió a abrazarlo.
Agustín la miró con preocupación. Quizá… Fabián tenía razón. La había protegido tanto que eso impedía su crecimiento.
Si Fabiola estaba destinada a volver con la familia Barrera y heredar el negocio familiar, tenía que aprender a ser fuerte, a madurar.
—Fabiola… —Agustín dudó por un segundo.
Fabiola lo miró directo a los ojos, con el pecho apretado.
En el fondo, ella presentía que algo estaba a punto de pasar. Solo que su falta de seguridad la llevaba a evadir la realidad, tratando de consolarse a sí misma.
—¿Pasó algo? —se animó a preguntar, aunque la voz le tembló.
—Tú sabes bien que siempre ha habido gente queriendo hundir a la familia Lucero. El abuelo, antes de morir, cometió el error de dejarle las acciones del Grupo Lucero a Gastón… y eso solo atrajo problemas para Gastón —Agustín tomó la mano de Fabiola y ambos se sentaron a la mesa.
Fabiola se quedó unos segundos en silencio, pensando en aquella chica llamada Anaís. Era obvio que alguien ya tenía a Gastón en la mira.
—A mí me pasa igual. Toda la fortuna que el abuelo juntó durante años terminó en mis manos, una persona sin poder. Es como tener una bomba de tiempo. Esos tipos no quieren que yo triunfe, pero tampoco quitan los ojos de encima de la plata. Si no la usamos, si me pasa algo… tú y los niños estarían en peligro —Agustín apretó los dedos de Fabiola, temiendo que su siguiente plan la asustara.
De repente, sonó el timbre.
Agustín se levantó para abrir la puerta, mientras Fabiola sentía el corazón acelerado y se quedó pegada a la silla, algo ida.

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