—Déjamelo a mí —dijo Griselda en tono tranquilizador.
Fabiola asintió, apretando las manos con nerviosismo.
Ojalá estuviera equivocada con su intuición.
No era miedo. Lo que sentía era ese rechazo profundo a verse atrapada en las intrigas de la familia Barrera.
Pero si en verdad ella era Karla, entonces ese era su destino, no había cómo escapar.
...
Familia Benítez.
Sebastián apenas cruzó la puerta de la casa cuando un vaso voló directo a su frente, estrellándose con fuerza. El vaso le abrió una pequeña herida en la ceja.
Patricia, su madre, lo miraba con furia.
—¿Tienes idea de lo que has hecho? Tu hermana salió de la cárcel y ni te dignaste a recogerla. ¿Se puede saber dónde estabas? ¿Ahora resulta que ya no te importa lo que te diga tu papá? ¿Para qué quieres esas acciones? Anda, devuélveselas a tu padre de inmediato. Y lo del dinero, haz esa transferencia a la cuenta del extranjero ¡ya! ¿Quieres llevarnos a la ruina?
Los ojos de Sebastián, oscuros y profundos, se posaron en Patricia.
Antes, nunca pensó que una madre pudiera ser incapaz de querer a su propio hijo.
Ahora, se le había caído la venda de los ojos.
Su madre nunca lo había querido. Solo se quería a sí misma.
—¿Sebastián, me estás escuchando o qué? —gritó Patricia, perdiendo la paciencia.
Sebastián guardó silencio.
En ese momento, Julián entró acompañado de Renata Benítez, que no podía parar de llorar.
Renata se limpió las lágrimas con fuerza y encaró a Sebastián con rabia.
—¡Hermano! ¿Sabes que estuve a punto de morirme en la cárcel? ¡No voy a dejar que Fabiola se salga con la suya!
Sebastián la miró, impasible.

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