Fabiola logró dar a luz sin problemas a sus gemelos, un niño y una niña, y tras una semana recuperándose en el hospital, por fin regresó a casa.
Agustín ya se estaba volviendo loco esperando en casa. No podía ir al hospital, pues era un lugar lleno de gente y miradas curiosas, así que solo le quedaba esperar ansioso a que Griselda y Gastón le mandaran fotos de su esposa y los bebés.
Pero Griselda y Gastón, quién sabe qué les pasó, ni un solo mensaje, ni una sola foto le mandaron.
Agustín estaba furioso, pero por más que llamaba a cualquiera de los dos, nadie le contestaba.
En el fondo, sentía que lo hacían a propósito.
Por fin, cuando Gastón regresó a casa, Agustín apenas iba a preguntarle algo cuando lo vio con los ojos hinchados de tanto llorar, recogiendo su maleta como si estuviera a punto de irse.
—¿A dónde vas? —preguntó Agustín, impactado.
—Hermano… quiero irme a vivir solo un tiempo, estar en paz —balbuceó Gastón, con la voz quebrada, jalando su maleta hacia la puerta.
Agustín se quedó congelado. ¿Ahora resulta que él también quería estar en paz?
¿Y las fotos y videos de su esposa y los bebés?
Al ver la cara de tragedia de Gastón, Agustín ya ni ganas tuvo de preguntar. De plano, la vida de estos jóvenes ya no la entendía.
Apenas salió Gastón, no pasó mucho para que Griselda regresara.
Agustín miró la hora; su esposa todavía no llegaba a la casa.
—¿Fabiola todavía no llega? ¿Y los niños…? —quiso preguntar, pero en ese momento vio a Griselda entrar con cara de pocos amigos directo a su cuarto, cerrando la puerta de un portazo.
Agustín soltó un suspiro y decidió aguantarse.
No había pasado ni un rato cuando Griselda salió arrastrando su maleta, con toda la pinta de que también pensaba irse.
—¿Tú también quieres estar en paz? —le soltó Agustín, desconcertado.
Griselda lo miró sorprendida.
—¿Cómo supiste?
—Gastón acaba de salir, dijo que se iba a vivir solo, que necesitaba tranquilidad —respondió Agustín, con una risa sarcástica.

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