La mansión de la familia Benítez estaba llena de vida. Era el cumpleaños del papá de Sebastián y toda la familia se había reunido para celebrarlo. Martina, la prometida de Sebastián, también había llegado, saludando a todos con una sonrisa discreta.
—Martina, dime, ¿ya hablaron tú y Sebastián sobre la boda? ¿Cuándo piensan casarse? —preguntó la mamá de Sebastián, Patricia, quien siempre había sentido un cariño especial por Martina.
Martina se sonrojó un poco y, aunque le ganaba la timidez, supo que ya era hora de dejar de posponer el tema.
—Yo no tengo problema, depende de lo que Sebastián quiera —respondió, bajando la mirada.
—¿Para qué esperar más? Elijan un buen día y por lo menos fijen la fecha para el compromiso —intervino el papá de Sebastián, dirigiéndose a su hijo con una sonrisa de complicidad.
Sebastián, que tenía el tenedor suspendido en el aire, se quedó en silencio. Por su cabeza solo pasaban imágenes de Fabiola. No podía dejar de pensar en el día que la había lastimado...
—¿Sebastián? —llamó Patricia, notando que su hijo estaba completamente distraído.
Sebastián sacudió la cabeza, regresando al presente.
—Sí... cuando tengamos la fecha, se las decimos —contestó, tratando de sonar convencido.
Martina, al notar la poca emoción de Sebastián, apretó el tenedor con fuerza. La inquietud empezaba a crecerle en el pecho. Sabía que no podían seguir retrasando el compromiso.
—Por cierto, se me olvidó contarles. Hoy, Paulina y yo vimos a Agustín y a Fabiola en el centro comercial —comentó de pronto, mirando fijo a Sebastián.
Sebastián dejó caer el tenedor con brusquedad.
—¿Fabiola y Agustín? —preguntó, con una expresión de alarma.
El gesto de Sebastián no pasó desapercibido para nadie. Estaba claro que la sola mención de Fabiola lo descolocaba.
—Sí, y la verdad no entiendo qué piensa Agustín. Viniendo de una familia tan importante de Ciudad de la Luna Creciente, con todo el dinero que tiene, ¿de verdad quiere casarse con Fabiola, que ni familia tiene? —Martina fingió indiferencia, pero cada palabra era una puñalada—. Nosotros hasta le presentamos pretendientes a Fabiola, pero resulta que la señorita tenía otros planes.
El rostro de Sebastián se tensó aún más. Se puso de pie con brusquedad.
—¿Agustín quiere casarse con Fabiola? ¡Eso no puede ser!
Martina apretó los labios, conteniendo sus emociones.
—Hoy Agustín le compró un montón de cosas caras en el centro comercial —añadió, sin poder ocultar el malestar.
—Mujeres así nada más les importa el dinero, los bolsos de marca y esas tonterías —dijo Patricia, con tono desdeñoso—. Qué vulgaridad.



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