Ella pensó que así lograría que Agustín detestara a Fabiola.
Al final, estos niños ricos solo sabían usar videos y fotos para chantajear a Fabiola.
Fabiola, furiosa, sintió cómo los ojos se le llenaban de lágrimas y agachó la cabeza sin decir nada.
Agustín no dijo nada al respecto, y eso la hacía dudar de atreverse a confiarse en su poder.
—¿Directivo de Magna Sur Corporación? —preguntó Agustín con tono neutral.
Leticia asintió con orgullo.
—Sí, mi papá es...
—Con una hija tan torpe como tú, dudo que tu papá sea tan bueno. Me imagino que pronto se va a quedar sin trabajo —respondió Agustín, despreocupado, mientras marcaba en su celular—. Tráete al abogado y de paso avísale a la policía.
Leticia se quedó pasmada, sin comprender lo que Agustín quería decir.
—Llegar a tu nivel de estupidez no es fácil —siguió Agustín, agitando su celular—. Gracias por venir a regalarme pruebas tan completas de tus crímenes de hace cuatro años.
Desde hace tiempo, Agustín le había pedido a Emilio investigar lo que le hicieron a Fabiola en la escuela cuatro años atrás y juntar pruebas, pero nunca se imaginó que hoy una bruta vendría directo a entregarle todo en bandeja de plata.
Fabiola lo miró, perpleja, sin lograr entender lo que pasaba.
—¿Q... qué quieres decir? —balbuceó Leticia, retrocediendo un paso, con ganas de huir. Pero el chofer de Agustín le bloqueó el paso.
El chofer era un tipo grandote, puro músculo, de esos que con una mano controlan a diez sin problema. No por nada era el chofer y guardaespaldas personal de Agustín.
—¡Fabiola! ¿Estás loca? ¡Sabes perfectamente lo que me puede pasar si me haces enojar! —Leticia empezó a voltearse para amenazar a Fabiola—. Más te vale que le digas a él que no se meta.
Fabiola no respondió. Solo buscó la mirada de Agustín.
—No te preocupes por esto, yo me encargo —le dijo Agustín, invitándola a sentarse—. Come mientras está caliente. Estas empanadas están buenísimas, no hay que desperdiciarlas.
Fabiola bajó la mirada y empezó a comer en silencio. No sabía si era por el vapor de las empanadas o por la emoción, pero se le enrojecieron los ojos…
Sentía un nudo en la garganta, con ganas de llorar, pero temía que Agustín se burlara de ella.
Aquel acoso escolar de hace cuatro años seguía siendo su peor pesadilla, la espina clavada en el corazón.


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