No pasó mucho cuando Silvia llegó, arrastrando consigo a varios juniors, hijos de empresarios de la zona.
Benjamín ya estaba detenido, y estos tipos no eran más que los compinches de siempre de Silvia y Benjamín. En aquel entonces, cuando molestaron a Fabiola, todos ellos participaron activamente.
Estos juniors no tenían talento alguno, así que jamás habían pisado una reunión de los grandes empresarios del país. Para ellos, Agustín era un completo desconocido.
Silvia, mucho menos lo conocía.
Agustín, siendo un peso pesado de la Jet Set de Ciudad de la Luna Creciente, era famoso allá, pero en Costa Esmeralda casi nadie le ponía cara.
—Fabiola, te crees muy valiente, ¿no? Nomás porque ya tienes a un hombre a tu lado, ¿piensas que ya nadie te puede tocar? —Uno de los juniors que venía con Silvia aceleró su carro deportivo, irrumpiendo con todo y ruido en la calle de los antojitos.
Esa calle tenía el paso de carros totalmente prohibido.
El simple hecho de que pudieran entrar así demostraba que traían influencias pesadas.
Mucha gente se fue arrimando, curiosa, para ver el espectáculo.
—Qué risa me das, ¿tienes idea de con quién te estás metiendo? Aquí en Costa Esmeralda, nadie se mete con nosotros y sale bien parado. Qué desperdicio, con lo guapo que eres —Leticia, que venía detrás de Silvia, se infló de aires y la respaldó sin dudar.
—Silvia, este tipo me exigió los videos de hace cuatro años, los de la humillación en la escuela. Hasta fue a la policía a levantar denuncia —bufó Leticia, fastidiada.
Silvia arrugó la frente, con la vista fija en Agustín.
—Amigo, mejor piénsatelo dos veces antes de ponerte al tiro con nosotros. Mira, porque estás guapo, borra esos videos y ven a echarnos unas chelas, así la dejamos por la paz —le soltó Silvia, como si le hiciera un favor.
Fabiola se quedó boquiabierta. Silvia sí que no tenía vergüenza, ¿cómo se atrevía a invitar a Agustín a tomar y hasta pedirle que borrara el video?
—Silvia, quita tus manos mugrosas —Fabiola se le plantó enfrente a Agustín, molesta, protegiéndolo. No iba a dejar que Silvia se atreviera a tocarlo.
—Ja —Soltó Silvia, alzando la mano para darle una cachetada a Fabiola, pero Fabiola fue más rápida, le sujetó la muñeca y, con un giro, le regresó el golpe.
Fabiola tenía el pulso acelerado, pero sus puños seguían firmes. Quizá era porque Agustín estaba justo detrás de ella… Sentía que por primera vez tenía con qué defenderse.
Agustín no le quitaba la vista, sonriendo apenas de lado.
Silvia se tocó la mejilla, atónita, mirando a Fabiola.
—¿Te atreviste a pegarme?
Uno de los juniors que la custodiaba frunció el ceño, dio un paso al frente y levantó la pierna para patear a Fabiola.

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