Sebastián evitó intencionalmente la mirada de Fabiola.
Solo le lanzó una advertencia con los ojos a Renata antes de irse directo al estudio.
Sin importar cuánto luchara o suplicara Fabiola en ese lugar, él fingió no verla. Estaba castigando a Fabiola, convencido de que había traído a la pequeña Galleta adrede para fastidiar a Martina.
Renata levantó la comisura de la boca y, junto a Silvia y Benjamín, soltaron una carcajada.
Una risa áspera, casi demoníaca.
—Ven, asistente, siéntate aquí —Martina seguía sonriendo dulcemente, llamando a Fabiola con un gesto amable.
Pero Fabiola no podía moverse en absoluto.
Sentía las piernas pesadas, como si le hubieran puesto plomo, y en su cabeza no dejaban de retumbar los recuerdos de cómo ese trío la había acosado en el pasado.
—Oye, ¿no es Fabiola? Nuestra reina del campus... —Benjamín habló con una sonrisa torcida, cargando de burla las últimas palabras.
Martina fingió sorpresa.
—¿A poco ya se conocían? Pues aprovechen para convivir.
Fabiola seguía clavada en el mismo sitio, solo tenía un pensamiento: escapar…
—Martina… —La voz le temblaba—. Acabo de recordar que tengo algo pendiente en casa, perdón… me tengo que ir.
Fabiola se dio la vuelta e intentó salir casi corriendo, como si huyera para salvar la vida, pero sus piernas no respondieron y apenas avanzó dos pasos antes de caer pesadamente al suelo.
—Vamos a acompañar a nuestra excompañera —Renata fue la primera en levantarse y comenzó a caminar hacia Fabiola.
Fabiola solo quería huir, de verdad lo deseaba.
Pero ni siquiera podía ponerse de pie; su cuerpo se había vuelto rígido, completamente fuera de su control.
No era solo miedo a esas tres personas, era terror por todo lo que había vivido antes.
—¿Qué pasó? ¿Ya no puedes ni levantarte? —Benjamín la agarró del cuello de la blusa por la espalda y la levantó como si fuera un costal—. No me digas que nuestra reina va a mojarse los pantalones otra vez…
Fabiola agachó la cabeza. El zumbido en su oído izquierdo sordo le dolía, su piel tensándose al máximo. Quería correr, quería desaparecer.
Pero no podía.
—Sebastián se va a casar, y la novia es mi hermana… ¿Cómo ves? Y tú aquí, queriendo ligarte a mi cuñado, ¿cómo le hacemos con ese asunto? —Benjamín se burló y, echándole el brazo por los hombros, la arrastró hacia la puerta.


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