— ¿Acaso se ha vuelto loco? —preguntó ella.
—No, nunca he estado más cuerdo. —Alexander dio un paso acortando la escasa distancia que los separaba.
Madison palideció, al tenerlo tan cerca de ella, y su pecho se agitó.
— ¿Qué es lo que quiere? —cuestionó con nerviosismo.
—Que hablemos—dijo áspero. — ¿Me permites pasar?
Madison se movió de la puerta y dejó que entrara.
Alexander no pudo evitar observar el interior de aquel reducido espacio, distinguiendo el pequeño comedor de cuatro sillas, además de la sala modular forrada en tela gris. Presionó sus puños al darse cuenta que aquel lugar no era ni la mitad de la lujosa habitación en la que él dormía.
Inclinó su mirada al escuchar que sus pies chocaron con algún objeto tirado. Al darse cuenta que había pisado la cabina de un sencillo tren de juguete. No pudo evitar que se le dibujara una pequeña sonrisa en los labios, al saber que el dueño de aquel artefacto era uno de los pequeños.
De inmediato se agachó y lo recogió entre sus grandes manos y luego se acercó hacia uno de las repisas, en donde había varias fotografías de Madison abrazando a los pequeños de recién nacidos y también a Hanna acompañándolos.
—¿A qué vino, señor Walton? —Madison cuestionó con dureza.— ¿Por qué está aquí? —preguntó a la defensiva. — ¿Por qué asegura que mis pequeños llevan su sangre? —se cruzó de brazos.
—¿Acaso no me recuerdas? —la miró fijamente a los ojos.
—No, no sé quién es usted, ni que es lo que pretende —expresó aturdida—, lo único de lo que estoy segura, es que está loco y me está haciendo sentir acosada —enfatizó llena de molestia—. Primero me pide que sea una madre subrogada, y no le bastó con eso, me intentó intimidar aprovechándose que necesito mucho mi trabajo. —Su voz se desestabilizó—, y ahora, se aparece en mi apartamento, sin ser invitado, diciendo que mis hijos llevan su sangre. Debería ir a terapia —bufó llena de molestia.
Al escucharla hablar inhaló lo más profundo que pudo, sabiendo que todo sonaba como un completo disparate.
—Comprendo que mis acciones, te hayan ofendido, pero las cosas no son como parecen —refirió—, no estoy aquí para darte una explicación del proceder de mis actos, nunca lo hago —refutó—. Vine hasta aquí, porque estoy seguro que esos pequeños. —Señaló hacia una de las fotografías, son mis hijos, resultado de una acalorada noche de pasión en un crucero, en la ciudad de Miami, hace tres años. —Sus verdosos ojos se fijaron en su mirada color marrón.
Madison palideció al escucharlo hablar, un fuerte pinchazo azotó su agitado corazón, entonces sintió que su cuerpo perdía las fuerzas.
Con rapidez las grandes manos de Alexander, la sujetaron por su estrecha cintura, percibiendo como temblaba por completo.
—Atrévete a decirme que estoy mintiendo —Alexander habló cerca de su rostro, logrando apreciar con mayor claridad sus delicadas facciones.
«No puede ser», Madison pensó para sus adentros, luego de unos minutos estando entre sus brazos, tomó distancia y caminó hacia el comedor, sin atreverse a mirarlo.
—¡Responde! —ordenó con dureza.
Madison se irguió y elevó su rostro con altivez, para sentirse al mismo nivel de ese hombre.
—Esos niños son solo míos —contestó recomponiéndose—. Ahora que ya escuchó mi respuesta… ¡Salga de mi hogar! —Señaló hacia la puerta.
Alexander abrió los ojos de par en par al ver que lo estaba corriendo, nunca antes, nadie se había atrevido a hacerlo.
—¡Quiero la verdad! —gritó.
—No hay más verdad —ella alzó la voz también.
Justo en ese momento el llanto de ambos pequeños, hizo que ambos guardaran silencio.
— ¡Por favor, váyase!, necesito atender a mis niños
Al escuchar que lloraban más, se reprochó mentalmente, por haber perdido la cordura.
—No me voy a quedar de brazos cruzados —aseguró y se retiró.
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