Alexander desvió su mirada y presionó su puño.
—De ser necesario, sí.
—No tienen derecho —expresó agitada—, desde que supe que estaba embarazada, me he hecho cargo de mis hijos.
—Ahora es distinto, porque ya tienen un padre que velará por ellos.
—No voy a permitir que me los quite, voy a luchar por ellos —puntualizó.
—No les va a faltar nada a mi lado, tienes que pensar en su futuro —señaló.
Madison liberó un par de lágrimas.
—Hay cosas que el dinero no puede comprar, pero parece que usted no sabe nada acerca de eso, porque no tiene corazón, tiene un témpano de hielo en su lugar —bramó.
Presionó con fuerza sus puños y la fulminó con la mirada.
— ¿Qué les podría faltar a mi lado a mis hijos? —cuestionó ladeando los labios.
—El amor de su madre y ese… nadie lo puede suplir —aseveró.
Alexander movió la cabeza negando.
—Será mejor que hablemos en otra ocasión.
—No tengo nada que decir sobre la custodia, me pertenece y no se la pienso ceder.
—No será necesario —indicó con seguridad—, estoy seguro que mis abogados encontrarán la forma, son los mejores.
Un pequeño temblor recorrió el cuerpo de ella.
Alexander caminó hacia la puerta antes de abrirla, se giró en su eje y se regresó.
—A menos qué… —guardó silencio y dirigió su verdosa mirada hacia la chica.
— ¿A menos que, qué? —cuestionó Madison frunciendo el ceño.
—Que te cases conmigo —refirió con frialdad—, sería la única forma en la que evitaremos un pleito legal.
Madison separó los labios en una gran O.
—Cada día me convenzo más que está loco —refutó—, debería ir con un loquero con urgencia —reprochó.
—Piensalo bien, de no aceptar, me veré obligado a luchar por la custodia de los gemelos. Te aseguro que usaré de todos mis recursos para conseguirlo —afirmó con seguridad—. No soy de los que suele perder, siempre me salgo con la mía. —Elevó su mentón con altivez—, me retiro para que reconsideres tu postura— Distinguió temor en su mirada y en ese instante se fue.
***
Madison se quedó sintiendo gran aflicción.
— ¿Podrá quitármelos? —cuestionó con angustia—, no tiene motivos, soy una buena madre, no hay razón para que lo intente. —Sus manos temblaron.
— ¿Puedo pasar?
Una mujer la sacó de sus pensamientos.
— ¿Quién es usted? —la joven preguntó.
—Soy Alice Walton, la madre de Alexander —respondió.
Madison distinguió al instante un gran parecido, al tener la piel blanca como él y los ojos del mismo tono de verde que Hanna y Alexander, además aquella mujer mostraba clase y elegancia en cada uno de sus movimientos.
—Vine a ver cómo te encuentras —la mujer dijo.
—Estoy mejor —contestó—, le agradezco que se haya tomado la molestia para venir a visitarme.
—Eres la madre de mis nietos. —Sonrió con cariño—, deseaba conocerte, lamento que sea en estas circunstancias.
—También yo. —La voz de la chica se fragmentó. — ¿Cómo están mi hijos? —cuestionó liberando un par de lágrimas.
—Están bien, tranquila —mencionó—, nos cuesta un poco de trabajo dormirlos, preguntan por ti —confesó.
—También yo a ellos —refirió sin ocultar su tristeza—, nunca me he separado de mis pequeños, los extraño mucho.
—Tranquila. —Tocó su hombro y sonrió con cariño.
— ¿Recuerdas cómo te explicó que te lo debías aplicar en el muslo?
—Sí —contestó agitado.
—Es momento de aplicarlo, hará efecto muy rápido, en cuanto pase el dolor, descansa y a primera hora te veo en mi consultorio.
—Así lo haré, tengo que estar allá, para recoger a una persona —explicó.
—Mañana nos vemos, intenta relajarte.
****
Al día siguiente, Madison ya se encontraba de pie, caminó usando una bota especial en uno de sus pies, hacia el sillón.
—Buenas tardes —Alexander ingresó—, me dijo mi mamá que te invitó a pasar unos días a la casa.
La chica movió con lentitud hacia él y rodó los ojos.
—Tu mamá es una persona muy amable, muy educada, caso contrario a usted, señor.
Alexander ladeó los labios.
—Ella es el ángel de la casa, lamentablemente ninguno se le parece. —Elevó ambas cejas.
—Es momento de irnos —refirió—, ya liquidé la cuenta del hospital, y también ya me dieron tus medicamentos y las indicaciones sobre tus cuidados—. Espero que la próxima vez seas más cuidadosa al atravesar la calle —reprochó.
—Si alguien no hubiera ido a amenazarme, yo no habría estado distraída pensando en cómo defenderme de ese ser infame.
Alexander abrió los ojos de par en par y la miró con molestia.
—Ahora resulta que es por mi culpa que te arrollaron, sino te han enseñado a andar sola en la calle, no es mi culpa —bufó—. Antes de que salgamos de aquí, quiero que me digas, que has pensado de la propuesta que te hice.
La chica presionó sus párpados e inhaló profundo.
—Acepto su propuesta—, pero lo hago solo por mis hijos —manifestó sintiéndose acorralada.

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